A pesar de que últimamente he venido escribiendo sobre la manera en que el mundo con su relativismo moderno sutilmente ataca los valores cristianos, principalmente los valores que fundamentan el matrimonio y la familia, he sentido que debo ser más específico sobre la responsabilidad personal que debemos asumir para nuestra existencia y que tendrá consecuencias en nuestra vida eterna también.
Debemos reconocer que todos los males que sufrimos provienen del pecado del hombre, que no es otra cosa más que la frustración del plan de Dios para la humanidad. Contrario a la creencia del pecado en términos de una condición para irse al cielo o al infierno; y bajo la premisa que si antes de morirme me confieso o al menos me arrepiento, pues no hay ningún problema; existe una realidad que no podemos negar. Dice San Pablo: “La paga del pecado es la muerte ” (Rom 6:23). Hay muchas personas que a causa de sus pecados están “muertos en vida” y viviendo el “infierno” aquí en la tierra. Si no me crees, pregúntale al chavalo que cogió una sífilis o el sida; o al que quedó en onda por la droga, o a la muchacha de 15 años que quedó embarazada, o al adúltero o alcohólico (hombre o mujer) que destruyó su matrimonio y ahora no puede ver a sus hijos la lista de situaciones puede ser bien extensa, y cada uno de ellos te va a decir que el infierno sí existe porque ya vive en él.
Muchos de ellos cometieron pecados siguiendo ideas y valores del mundo actual que le decían que todo era permitido siempre y cuando él o ella estuvieran de acuerdo basado en el famoso relativismo y en ningún momento consideraron las consecuencias de sus acciones.
La gran verdad del Evangelio que proclamamos los cristianos es que la ley de Dios, los mandamientos, las enseñanzas de Cristo son para nuestro bien. Son la base para que podamos discernir si lo que es permitido en el mundo y la sociedad son en realidad para nuestro bien o no. No todo lo legal y lo permitido en la sociedad es para nuestro bien.
Te pregunto: ¿Crees que el mandamiento de “no robarás” debe cumplirse a como dé lugar? o ¿estás de acuerdo con muchos en el mundo que dicen que “a los babosos ni Dios los quiere” y que hay que aprovechar las ocasiones de hacerse rico a cómo sea? ¿Crees que el sacramento matrimonial es para toda la vida y que se basa en un compromiso serio de fidelidad pactado formalmente ante Dios el día de la boda? o ¿estás de acuerdo con la idea que depende de la emoción, de cómo se sienta uno más adelante, y que es permitido “tirarte una canita al aire”? ¿Crees y estás a favor de la vida desde su concepción? o ¿estás de acuerdo con las personas que opinan que se puede recurrir al aborto por comodidad, temor al qué dirán, o sencillamente por conveniencia? Espero que tus respuestas hayan sido “sí creo y no estoy de acuerdo”.
Insisto nuevamente en las palabras de San Pablo: “No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto”. (Rom 12, 2).
Dios sigue siendo tu Padre que te ama como ni siquiera podemos imaginar, y Cristo que dio su vida por vos y por mí, nos espera siempre con los brazos abiertos. Que Dios te bendiga querido lector.
EL AUTOR ES COORDINADOR DE LA CIUDAD DE DIOS