El Consejo Supremo Electoral (CSE) convocará en estos días a las elecciones generales que, de acuerdo con la Constitución, deben de realizarse el primer domingo de noviembre del próximo año.
Los partidos políticos esperaban que la convocatoria fuera anunciada el pasado 6 de noviembre, pues tradicionalmente —aunque no por mandato de la Ley Electoral— se ha llamado a elecciones exactamente un año antes de la fecha de su realización. Pero la convocatoria es solo un trámite del proceso electoral, su significado político es importante pero secundario, lo fundamental es qué clase de elecciones planea realizar el régimen orteguista por medio del Consejo Supremo Electoral, en noviembre de 2016.
Por su sentido y efectos políticos las elecciones son clasificadas básicamente como competitivas, semicompetitivas y no competitivas.
Elecciones competitivas son las de los países democráticos, donde los ciudadanos eligen libremente a sus gobernantes y representantes después de una intensa y abierta lucha política entre los diversos candidatos y partidos. De allí que en la democracia las elecciones sean la fuente de la legitimidad del poder, además del medio principal para la participación política de los ciudadanos.
Distinto es el caso de los sistemas autoritarios, donde las elecciones son semicompetitivas porque aunque la oposición puede participar, solo consigue una representación minoritaria y no determinante en los órganos parlamentarios y las corporaciones municipales. Y peor aún es la situación en los países totalitarios, en los cuales hay elecciones únicamente para cumplir una formalidad administrativa, no son competitivas del todo y los ciudadanos solo pueden votar por los candidatos del partido único o hegemónico que detenta el poder, como en Cuba, China, Vietnam y Corea del Norte.
Nicaragua tiene una vieja historia de elecciones semicompetitivas, turbias y fraudulentas. Después del período de la democracia oligárquica conservadora del siglo XIX en la que se practicaba la alternancia en el poder político, con la entrada del siglo XX y a raíz de la revolución liberal el país también entró en la época de las elecciones no competitivas y los fraudes electorales.
Solo hasta en 1990, debido a las circunstancias excepcionales del país y de la coyuntura internacional, fue posible que hubiese unas elecciones competitivas, que ganó la oposición con la candidatura de doña Violeta Barrios de Chamorro. Después vinieron tres elecciones también competitivas, las de 1996 y 2001 que ganó el partido liberal con las candidaturas de Arnoldo Alemán y don Enrique Bolaños, y la última, en 2006, en las que se impuso Daniel Ortega gracias a la división del voto liberal.
Desde entonces no ha habido en Nicaragua elecciones competitivas, auténticas y transparentes. Y no hay hasta ahora un solo indicio de que eso pueda cambiar en noviembre de 2016, a pesar de los notables esfuerzos que ha estado haciendo la oposición democrática para conseguir garantías de limpieza y competitividad electoral.
Ver en la versión impresa las páginas: 10 A
