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La plaza

Aquel día cuando llegué cansado y sudado en plena medianoche, la plaza estaba quieta, desértica, dormida y callada y la vieja catedral y el palacio nacional se erguían como dos enormes leones fieles al encuentro de la memoria, y en el silencio de esa clandestina noche escuché el eco de la marcha triunfal de los mancebos, el tropel de todo un pueblo triunfante embriagado de humo y fulgor coronado por el olivo de la victoria final: “Patria libre o morir”“patria o muerte venceremos”,“la marcha hacia la victoria no se detiene…”La plaza de la revolución estaba quieta y lúgubre, y en la vieja catedral y en el palacio yacían echados como corderos los escuálidos y deplorables cuerpos de los ángeles pobres, los mismos por los que luchó la Revolución Popular Sandinista.Plantado en mitad de la plaza me pregunté como un rugido de cañón:¿A dónde fueron a parar tantos vigores unidos?¿A dónde fueron a parar los sueños y sacrificios de todo un pueblo?¿A dónde fue a parar la sangre santa y heroica de los santos de Leonel Rugama? “Que se rinda tu madre”.Y en la lontananza de esa negra noche escuché un estruendoso rugido de dolor por las esperanzas perdidas de toda una hermosa nación decir:“Viva Sandinoooooooooo…”El recuerdo de toda una época de lucha embriagó mi pecho y con lágrimasen los ojos no sé porque me pregunté ahora: ¿Dios; por qué es tan largo el camino y tan corto el amor?Al caminar con lentitud escuché caer el agua de la fuente del espíritu de La Plaza 19 de Julio que continuaba quieta y callada. Convertida en un lóbrego epitafio de una época convulsa, heroica, rebelde y revolucionaria.Percibí el alma de la misma, y su triste y silenciosa melodía. Y en su estrellado y navideño cielo miré tiritar allá a lo lejos como en el vuelo de un águila, nuevas esperanzas azules y blancas en un divino cortejo.Mientras el cuerpo armado de la plaza continuaba triste, quieta y encallada en aquel memorable 19 de julio de 1979, y en la tumba del guerrillero desconocido se escucharon sonar ahora desde los árboles del parque central, el Teatro Nacional Rubén Darío y el Xolotlán los claros clarines de los santos ángeles caídos por la Liberación Nacional.Al alejarme lentamente del lugar, entre sollozos pude sentir la fuerza de un toro en mis entrañas y el triste, silencioso y dormido rugido de la misteriosa Plaza y sentí por último desde lo más profundo de mi corazón como el pañuelo rojinegro de esa medianoche le concedió a mi alma una doble fantasía surrealista al destino que todavía le falta vivir a mi sufrida nación.“¿Quién si yo rugiera como las aguas embravecidas del mar me escucharía desde la jerarquía de los ángeles de la utópica Revolución Popular Nicaragüense?”Dedicado al guerrillero desconocido.

Aquel día cuando llegué cansado y sudado en plena medianoche, la plaza estaba quieta, desértica, dormida y callada y la vieja catedral y el palacio nacional se erguían como dos enormes leones fieles al encuentro de la memoria, y en el silencio de esa clandestina noche escuché el eco de la marcha triunfal de los mancebos, el tropel de todo un pueblo triunfante embriagado de humo y fulgor coronado por el olivo de la victoria final: “Patria libre o morir”“patria o muerte venceremos”,“la marcha hacia la victoria no se detiene…”La plaza de la revolución estaba quieta y lúgubre, y en la vieja catedral y en el palacio yacían echados como corderos los escuálidos y deplorables cuerpos de los ángeles pobres, los mismos por los que luchó la Revolución Popular Sandinista.

Plantado en mitad de la plaza me pregunté como un rugido de cañón:¿A dónde fueron a parar tantos vigores unidos?¿A dónde fueron a parar los sueños y sacrificios de todo un pueblo?¿A dónde fue a parar la sangre santa y heroica de los santos de Leonel Rugama? “Que se rinda tu madre”.Y en la lontananza de esa negra noche escuché un estruendoso rugido de dolor por las esperanzas perdidas de toda una hermosa nación decir:“Viva Sandinoooooooooo…”El recuerdo de toda una época de lucha embriagó mi pecho y con lágrimasen los ojos no sé porque me pregunté ahora: ¿Dios; por qué es tan largo el camino y tan corto el amor?Al caminar con lentitud escuché caer el agua de la fuente del espíritu de La Plaza 19 de Julio que continuaba quieta y callada.

Convertida en un lóbrego epitafio de una época convulsa, heroica, rebelde y revolucionaria.Percibí el alma de la misma, y su triste y silenciosa melodía. Y en su estrellado y navideño cielo miré tiritar allá a lo lejos como en el vuelo de un águila, nuevas esperanzas azules y blancas en un divino cortejo.

Mientras el cuerpo armado de la plaza continuaba triste, quieta y encallada en aquel memorable 19 de julio de 1979, y en la tumba del guerrillero desconocido se escucharon sonar ahora desde los árboles del parque central, el Teatro Nacional Rubén Darío y el Xolotlán los claros clarines de los santos ángeles caídos por la Liberación Nacional.Al alejarme lentamente del lugar, entre sollozos pude sentir la fuerza de un toro en mis entrañas y el triste, silencioso y dormido rugido de la misteriosa Plaza y sentí por último desde lo más profundo de mi corazón como el pañuelo rojinegro de esa medianoche le concedió a mi alma una doble fantasía surrealista al destino que todavía le falta vivir a mi sufrida nación.

“¿Quién si yo rugiera como las aguas embravecidas del mar me escucharía desde la jerarquía de los ángeles de la utópica Revolución Popular Nicaragüense?”Dedicado al guerrillero desconocido.

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