Raúl dijo adiós al futbol ayer en Nueva York a sus 38 años. Han sido 21 años de futbol profesional, de vida austera. De correr y recuperarse en la camilla. Porque Raúl supo convivir con las molestias. El umbral del dolor en su cuerpo es muy elevado.
Entrenar, jugar, dormir, volver a entrenarse y en muchos tramos de su vida además gestionar y liderar grupos.
Ganó títulos donde estuvo. En el Real Madrid conquistó tres copas de Europa, una Intercontinental, seis Ligas, entre otros; En el Schalke 04, una Copa y una Supercopa en Alemania; en el Al-Saad una Liga y Copa en Qatar; y de regalo, la final de anoche en la NASL con el Cosmos de Nueva York.
Le faltó su Mundial, claramente el de 2002 en Corea, donde una lesión le dejó fuera al reservarle José Antonio Camacho para unas semifinales que se esfumaron por una injusta decisión arbitral del egipcio Al-Ghandour. Aquel equipo de Iván Helguera, Joaquín y Morientes, con Fernando Hierro, era el embrión de un gran equipo que vino luego. Era un equipo campeón. También se quedó sin un Balón de Oro, donde estuvo segundo y tercero varios años. Uno que le quitó Nedved está ya entre las historias increíbles e injustas que suceden en el futbol.
Se va Raúl, un patrimonio no solo del Real Madrid, sino también del futbol, en mayúsculas. Se retira un mito, un personaje que sujetó la transición de un club a una multinacional cuando su equipo pasó del siglo XX al XXl sin darse cuenta.
EL CAPITÁN
Ejerció de capitán. Un oficio que llenó de liderazgo y de personalidad. Implicaba ese puesto llegar siempre una hora antes del entrenamiento y diseñar la actividad de la semana desempeñando labores ejecutivas.
La palabra que más repitió Raúl en su carrera mientras caminaba del vestuario al césped era Equipo, Equipo y Equipo. Lo gritaba con determinación.
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