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Humberto Belli Pereira

De la Rambla a la Bolívar

Es bella la Rambla, la afamada calle de Barcelona. Caminándola el año pasado experimenté dos sentimientos encontrados. El primero de admiración: bajo la sombra y frescor de sus hileras de árboles, miles de peatones pasean por sus aceras en un ambiente extraordinariamente acogedor. Dicha calle comparte con las más hermosas del mundo: el Paseo de la Reforma en Méjico, los Campos Elíseos en París, y la Avenida 9 de Julio de Buenos Aires, sabios diseños arquitectónicos que combinan arboledas, calles y aceras peatonales.

Mi segundo sentimiento fue de nostalgia. Traje a mi mente la Avenida Bolívar, de mi ciudad Managua, y pensé en lo hermosa que se hubiera visto si nuestras autoridades, aprovechando su anchura —mayor que la Rambla— hubiesen plantado al centro o a los lados hileras de árboles frondosos y no remedos metálicos.

Conste que es legítimo preferir las arbolatas. Algunos alegan que se ven hermosas de noche. Quizás. Yo prefiero los árboles que Dios diseñó, por más bellos, baratos y ecológicos, pero es una opinión más. Lo que no es legítimo es que una sola persona, ajena al gobierno municipal, haya decidido este proyecto sin consultar a nadie y sin tener para nada en cuenta las preferencias de los usuarios.

Efectivamente, una decisión tan importante para el ornato de una ciudad, y tan cara —3.3 millones de dólares en estructuras y más de un millón en consumo anual de energía— debió ser consultada con la ciudadanía; ya sea directamente o a través de sus representantes, en este caso los concejales de la Alcaldía. Porque para eso existen y se eligen: para discutir y aprobar los diversos proyectos en función de las prioridades de la ciudadanía, y asignarles la correspondiente partida.

El dinero que financia los proyectos públicos no es del Presidente o la Primera Dama. Es de los contribuyentes que los financian con sus impuestos y que tienen derecho a que tengan en cuenta sus opiniones, expresadas a través de representantes limpiamente electos y que se les rindan cuenta de cómo se gasta.

Sin embargo no existe registro de sesión alguna donde se halla propuesto y votado este proyecto. Tampoco está contemplado en el presupuesto del 2014 o del 2015 ni en el Plan de Inversión Anual (PIA). Sencillamente un día a doña Rosario Murillo se le ocurrió construir los “árboles de la vida” y bajó sus órdenes. Los ejecutivos de la Alcaldía, sin consultar con nadie, aceptaron financiarlos con la partida de “mano de obra diversa”. Algo similar ocurrió en Enatrel, donde su director, Salvador Mansell, recibió instrucciones de suministrar energía a los adornos y no quiso informar sobre el costo de la factura.

Comportamiento típico de nuestros gobernantes. Aunque su eslogan de “Pueblo presidente” busca sugerir que los pobladores mandan, grandes y pequeñas decisiones las toman, sin prestar la más mínima atención al sentir popular, dos personas y solo dos: Daniel Ortega y Rosario Murillo.

El caso del canal es el ejemplo mayor: una decisión macro trascendental tomada a espaldas del pueblo. Para maquillarla, y por razones de mero formalismo, la aprobó apresuradamente una asamblea cautiva. El único diputado frentista que se abstuvo, Xochilt Ocampo, fue inmediatamente defenestrado. En el caso de los arbolatas ni siquiera se tomaron la molestia de someter el proyecto al voto de los concejales, ni de revelar sus costos.

De este centralismo autoritario y hermético solo se libra Cosep. El resto de la ciudadanía experimenta la regresión a una especie de monarquía distante que le receta lo que se le antoja, sin preguntarle si sabe dulce o amargo.

El autor es sociólogo y fue ministro de educación.

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