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Ariel Montoya

El héroe de la transición

Nunca escribo obituarios, ni memorias de despedidos ni de hermanos, amigos o familiares ya frente al Sol. Tampoco espero hacerlo de mis más cercanos parientes, acaso unos versos, para rememorar sus gratas alegrías junto con mis años, infancia y memoria.

Esta vez dedico estas líneas al ingeniero Antonio Lacayo Oyanguren, “Toño”, el hombre fuerte del Gobierno de la expresidenta Violeta Barrios de Chamorro, pero, el hombre también de ojos grandes, profundos y soñadores, tras sus lentes fuertes y fijos de cara a la aplicación pragmática de la política nicaragüense y sus petardos y satisfacciones, que amó y defendió bajo la óptica de sus aspiraciones, bajo el señuelo de sus perspectivas presidenciales bajo el poder familiar y presidencial.

Cuando el actual presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, dijo que gobernarían desde abajo en aquella madrugada de febrero de 1990, cuando perdió las elecciones, no estaba diciendo ninguna arenga panfletaria, pues de hecho el sandinismo ha cogobernado siempre bajo los tres gobiernos de transición liberal. El sentido de la protesta callejera y la convocatoria de masas ellos la han mantenido sin competitividad. Antonio lacayo lo supo desde siempre y él es el primer negociador con el FSLN y quizás desde antes de esas elecciones, como asevera el político Moisés Hassan.

En ese sentido, Lacayo es la primera figura política de la gran transición nicaragüense, no lo fue su suegra la expresidenta Violeta Barrios, quien aunque fue electa por el pueblo el que consignó su administración fue él.

Doña Violeta fue una auténtica dama de la reconciliación. Con su modo campechano cautivó a reyes y papas, y logró inclusive aclimatar al sandinismo derrotado. Pero Antonio fue el gran interlocutor en las áridas negociaciones que se dieron para lograr la llamada gobernabilidad.

Antonio logra gracias a la complacencia e integridad familiar con la presidenta Chamorro y su esposa Cristiana, consensuar acuerdos con la entonces oposición. Quienes lo adversan, deben reconocer que logró reducir el Ejército y la Policía, orquestar leyes en la Asamblea Nacional que dieron al traste con propuestas sandinistas y fue además el interlocutor no solo con la Embajada Americana, sino con la Resistencia Nicaragüense, con los alcaldes de esa época y con los miles de confiscados con quienes libró mil batallas pero a quienes apoyó.

Tuvo en su contra muchas disposiciones. El ser conyerno lo complicó. Estuve en dos de sus cumpleaños en La Guadalupana, su casa de habitación, ahí me reencontré con mis amigos poetas Emilio Zambrana y Félix Navarrete, ahí conocí entre tequilas y botanas al novelista y exvicepresidente Sergio Ramírez, creo, al general Humberto Ortega y de la mano con Oscar Sobalvarro, el legendario contra, conversé con personas de ambos bandos (sandinistas y anti), con quienes he mantenido a través de los años alguna comunicación. Antonio era el hombre fuerte y de ahí quiso surgir a la presidencia de la República.

Pero su candidatura fue impedida por las reformas a la Constitución hechas por el sandinismo “renovador” ya disidente y algunos dirigentes demócrata cristianos como Luis Humberto Guzmán y Cairo Manuel López. La búsqueda de la presidencia lo encegueció. No obstante, salió del poder como entró, sin fortuna económica. Años después en su modesta oficina del Grupo Pellas me comentó que había salido pobre. Nunca más lo volví a ver aunque nos comunicamos algunas veces por facebook, desde donde por cierto, defendía siempre como en sus declaraciones y artículos en LA PRENSA a la exmandataria Violeta. Y como siempre la defendió ya sea desde la Convergencia en el FSLN, o desde las trincheras del liberalismo y el sentido social empresarial, al cual dedicó su tiempo y sus últimos días.

José Saramago, decía que la vejez empieza cuando se pierde la curiosidad, y en este caso Antonio Lacayo, debo creerlo, soñó siempre con la curiosidad de la democracia plena para todos los nicaragüenses. Siempre vivirá en el asombro de esa estirpe tolerante y libertaria.

El autor es escritor y periodista.

Opinión Antonio Lacayo Oyanguren Héroe transición archivo
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