Esdrey Roura Olivera, de 39 años, —un excomerciante agropecuario que vio caer su negocio por las políticas del Gobierno cubano y que se convirtió en un migrante albergado en Costa Rica— resume sus últimos años en Cuba como un “infierno” en el que “fui de la riqueza a la pobreza”.
Hoy, en medio de la desesperación y la incertidumbre, recuerda la comodidad de agricultor y ganadero que consiguió durante 14 años de trabajo en los mercados agrícolas de Camagüey, la tercera ciudad más importante de Cuba, y que empezó a perder en 2009 cuando el gobierno de los Castro prohibió el comercio libre.
Ahí, Olivera tenía casa y vehículo, pero renunció a todo porque el negocio de la producción agrícola en los mercados se vino a pique. Tras esta caída en el negocio, dice que intentó reactivarse de nuevo. Esta vez en la producción ganadera, pero los animales últimamente no cebaban tanto. Además que el Gobierno varió las leyes y lo obligaron a ser lechero, una actividad menos rentable en la isla.
Entre 2013 y 2014 el dinero de las ventas no era compatible con la inversión. “El negocio se estaba cayendo”. Entonces decidió emprender su travesía hacia los Estados Unidos.
“Yo siempre quise evitar pasar esta indignidad de ser un hombre que deja la patria atrás. Confié en que algún día las cosas tenían que cambiar. En un momento pensé que con mi familia, con mi casona y mi carro viejo, yendo de aquí para allá; yo estaba bien. Pero estaba equivocado, nunca supe lo pobre que realmente éramos. Con lo poco que he visto de otros pueblos y otras personas, creo que debí irme de Cuba muchísimo antes. Lo siento por mi familia, pero espero que me alcance el tiempo de mi vida para que por lo menos ellos algún día estén mejor”, relata el cubano.
Él habló con LA PRENSA desde el albergue instalado por Costa Rica en su territorio luego que Nicaragua expulsara con su ejército a los dos mil cubanos considerados por el Gobierno nicaragüense como migrantes en condición ilegal.
Olivera partió el 21 de octubre pasado de La Habana, Cuba, hacia Ecuador, país que desde el año pasado permite la entrada de cubanos sin visa, pero “no todos tienen suerte y algunos los devuelven”, asegura.
“Apenas uno llega a Ecuador los coyotes (traficantes de personas) abundan. Ahí todo mundo sabe que los cubanos necesitamos hacer la travesía y es muy fácil contactar a alguien que te pase o que te conecte enseguida con la red”, añade.
“Atravesé Ecuador. Me presentaron personas que cuando estaba en el límite de la frontera con Colombia, nos cobraron quinientos dólares por persona para pasar Colombia. Cuando llegué al lugar (de inicio) habían muchos cubanos, como veinte”, que pasaron en lancha a Panamá.
A pesar de los obstáculos, Olivera reconoce que tuvo suerte al cruzar Suramérica porque otros coterráneos suyos, para llegar hasta Costa Rica, deben enfrentar un viaje lleno de corrupción, engaños, disparos y peligros, según relató el cubano Lenín Rivacoba.
“Delante de nosotros salieron tres lanchas con gente armada hasta los dientes, con ametralladoras y todo. Dijeron que iban a caerse a tiros con los paramilitares, que iban a limpiar el camino para nosotros poder pasar, y uno escuchaba los tiros. Se cayeron a plomo, son unos salvajes. Después llamaron por teléfono y dijeron que el camino estaba limpio”, comentó Rivacoba al recordar su paso por la selva colombiana.
Los cubanos varados en Costa Rica mantienen secuelas físicas y mentales de lo ocurrido el pasado 15 de noviembre en Nicaragua.
Ese día —a eso de las 9:00 de la mañana, con la desesperación desbordada porque Costa Rica aún no les entregaba sus documentos visados y la frontera de Nicaragua permanecía cerrada desde el viernes— decidieron cruzar.
“Yo representé al grupo de cubanos que habíamos acá y me entrevisté personalmente con el segundo jefe de la frontera en Nicaragua. Me atendió respetuosamente y nos dijeron que los cubanos no íbamos a pasar. Yo transmití ese mensaje a todos mis compañeros pero nadie me creyó. De todos modos estábamos optimistas que eso se solucionara pronto. De momento abrieron (oficiales de Nicaragua) el primer paso de la frontera (la guardarraya) y todos caminamos por ahí. Nos sentamos tranquilamente frente a las oficinas de migración de Nicaragua”, relata Olivera.
Estando ahí los ánimos se caldearon. Los cubanos corrieron desesperados hacia un portón metálico azul de salida de la frontera nicaragüense en Peñas Blancas. Un oficial migratorio nicaragüense que les había negado el paso empujó a un cubano mientras el resto pasaba veloz gritando: “¡Libertad!, ¡libertad!”, según Olivera.
Caminaron unos ocho kilómetros hacia la ciudad de Rivas. “Ahí nos esperaba un grupo numeroso armado de varios vehículos de la policía antimotines y varios carros del ejército. Entonces empezó la negociación, pero el negocio era que nos querían regresar de nuevo. Las personas seguían gritando “¡libertad!, ¡libertad!, que nos dejaran pasar”, recuerda Olivera.
“Las cosas se fueron de control y nos empezaron a disparar (balas) de goma y gases. ¿Se puede imaginar el caos ahí?, me sorprendió que no habían personas de prensa, eso me preocupó porque estábamos solos, ¡nos emboscaron! Era un lugar frondoso, ni que hubiera pasado un helicóptero ahí nos hubieran visto, era frondoso, tupido”, señala.
Ahora los cubanos esperan que Nicaragua los deje pasar para llegar a los Estados Unidos. “Jamás pensé que este país nos hiciera esto. Me dijeron que el viaje era difícil pero nunca pensé enfrentar los conflictos que estamos viviendo. Nuestro destino final es Estados Unidos. Nadie quiere quedarse en algún país centroamericano”, dice.
“Me sentí humillado, indignado, creo es la peor experiencia que he tenido en mi vida y sobre todo recibirla de Nicaragua. Nunca pensé que un pueblo con el que nosotros hemos sido tan solidarios nos fueran a tratar de esa manera”, apunta Olivera.
Por ahora, mientras unos juegan dominó en los albergues, otros visitan el pueblo de La Cruz donde hacen labores comunales para retribuir el apoyo costarricense. Eso sí, muchos como Olivera tienen una posición bien clara: “Hay dos lugares adonde no quiero volver: Cuba y Nicaragua”, dijo.
CÓMO CAYÓ SU NEGOCIO EN CUBA
Antes de 2009, cuenta el excomerciante agropecuario, Esdrey Roura Olivera, cuando el Gobierno cubano no había prohibido el comercio libre, el quintal de ajo costaba tres mil pesos cubanos (es decir, 120 dólares según tipo de cambio), pero al no salir la cosecha, él perdió 1,200 quintales equivalentes a 3.6 millones de pesos (unos 144,000 dólares).
Así fue que quedó pobre. Tras esta caída, Olivera partió el 21 de octubre pasado de La Habana, Cuba, hacia Ecuador, país que desde el año pasado permite la entrada de cubanos sin visa. Ahí empezó su aventura.
Las cosas se fueron de control y nos empezaron a disparar (balas) de goma y gases. ¿Se puede imaginar el caos ahí?, me sorprendió que no habían personas de prensa, eso me preocupó porque estábamos solos, ¡nos emboscaron!” Esdrey Roura Olivera, migrante cubano.