Las tareas más importantes a las que nos sometemos en la vida probablemente sean identificar el propósito de nuestra existencia, y después, honrar ese designio.
Julio Juárez lo entendió desde niño en su natal León: ser lanzador de beisbol. Y le fue más claro un día cuando vio un partido de la pasada Liga Profesional pinolera.
“Vi lanzar a Minervino Rojas, cubano que actuó en Grandes Ligas y me le ‘chupé’ todo, desde su mecánica al lanzar, hasta su manera de ser”, explica Juárez.
Y como a Rojas le costaba ser dominante al inicio de los partidos, a Juárez también. Sin embargo, un día como hoy, hace 43 años, el leonés hizo el trabajo de su vida.
Julio conquistó la victoria más venerada en la historia del beisbol nacional, al vencer 2-0 al pujante equipo de Cuba, en medio de una algarabía de alcance nacional.
La Selección Nacional ha logrado otros triunfos meritorios ante equipos cubanos antes y después de la hazaña de Juárez, pero ninguno es estimado como ese.
Sobre un escenario levantado por el entusiasmo de más de veinte mil fanáticos ávidos de una proeza, Juárez saltó hacia las estrellas y deslumbró a los antillanos.
Pedro Selva con un primer remolque y Vicente López con un cuadrangular se volvieron los mejores aliados de Juárez, igual que César Jarquín al final del juego.
¿Qué tanto a menudo recordás el partido? Pregunté a Juárez hace unos años. “Todos los días”, dijo sin pizca de alarde. “Si no me acuerdo yo, la gente me lo recuerda”.
Quizá es la forma a través de la cual los nicaragüenses expresamos la gratitud por semejante emoción vivida hace 43 años en el Estadio Nacional en Managua.
A sus 70 años, Juárez se siente realizado. Supo cuál era su propósito y lo honró.