La soprano Elliette Martínez no es la Julie Andrews, la intérprete protagónica de aquella época separada por cincuenta años cuando se produjo el estreno cinematográfico de La Novicia Rebelde.
Un musical revivido por las notas típicas y los colores del paisaje austriaco. Vestida de veneranda y pícara ingenuidad buscó a Dios y lo encontró con la tabla temática y los efectos colaterales del amor, pero la imaginación al lado del tenor Oscar Pineda la vinculó con aquella estrella.
Hizo testimonio de la carne y el alma de los artistas que alcanzaron en la pequeña retina. El espectáculo estuvo constituido mayoritariamente por artistas nicaragüenses lo cual dio al acontecimiento un valor demostrativo de la funcionalidad prevista para superarse cómo que ya se están rayando los preparativos para trazar las líneas de óperas futuras.
Una de las escogidas pudiera ser el complicado modelo del teatro cantado: Turandot. El esfuerzo es producto de la perseverancia de la vocación. Se mecen en la cuna los esfuerzos por dotar a la niñez de las condiciones adecuadas para hacer interpretaciones protagónicas como las aparecidas en la reciente versión. También se forjan otras de categorías apropiadas para la edad pertinente. Se están haciendo los ensayos de tiempo completo: academias formativas y constructivas.
En el caso de la Novicia Rebelde fueron necesarios varios meses de preparación para converger con la doble presentación. También hubo una conjunción: la profesionalidad vocal de Elisa Picado cuyo solo final se convirtió en fuente magistral.
Sería injusto hacer una selección estrictamente específica de los nombres tanto de los actuantes como de los que asumieron la responsabilidad escenográfica, decorativa, del acompañamiento de la Camerata Bach adaptada para ser útil en cualquier circunstancia, los coros y el cumplimiento de innumerables requisitos para honrar a la total integración.