Era de noche cuando mi teléfono sonó, eran las 4 de la madrugada. Todavía estaba durmiendo y contesté sin convicción.
“¡Ya está explotando, Paco! Necesitamos esta foto. Vete ya a Carretera Nueva a León, al panorama, km 30”. Enseguida pensé en mi amigo Leo, el fotógrafo. Nos dimos cita en la gasolinera del km 9 Carretera Sur. Y era cierto. Ya estaba explotando el volcán Momotombo. Cuando llegamos al parqueo frente al lago, ya estaban unos carros, y fotógrafos sacaban imágenes. La gente parecía fascinada. Bajamos a la orilla del lago, era bello, espectacular.
Fui al trabajo por la mañana pero mi mente andaba por otros lados. Alan me llamó de nuevo, diciéndome que teníamos que ir a verlo de cerca, que estábamos esperando esto desde hace años, y que no lo podíamos perder. El viaje se armó. A la una de la tarde nos fuimos los tres rápidamente hacia la colada de 1905.
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Nos topamos con unos medios. Canal 4 y Canal 10. Nos paramos también para ver este panorama excepcional. La colada ya había alcanzado la base del cono. Explosiones, columna de humo, todas estas imágenes con las cuales estuve soñando desde hace años. Subimos este volcán tantas veces, durmiendo en el cráter en varias ocasiones para disfrutar de las fumarolas activas y muy calientes. En abril, la temperatura subió arriba de ochocientos grados.
De una altura descubrimos el campo de lava. Dejamos el vehículo y nos metimos en el bosque. Atravesamos la maleza en una hora para alcanzar el muro de lava de 1905.
El cono estaba frente a nosotros. Ya eran las 5 de la tarde, estaba anocheciendo y las luces de la colada ya resaltaban más. Empezamos a caminar hacia la nueva colada. La adivinábamos, desde lejos, sin poder decir a qué distancia se ubicaba. Es difícil andar por estos lados. Son piedras filosas, cortantes, y a veces inestables. A veces, teníamos que subir sobre montículos y teníamos una vista maravillosa sobre la colada. No había viento y solo se escuchaban las explosiones de la cumbre. Un ruido grave fantástico, sobrenatural, un soplo que echa piedras a centenas de metros de alto, y que caen sobre las faldas del cono.
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No había nadie más en esta colada, dirigiéndose a estas piedras jóvenes que apenas estaban saliendo del fondo de la tierra y nos sentíamos privilegiados… Nos acercábamos y pronto escuchamos como un ruido de vidrio quebrado. Era la colada que avanzaba. Solo nos faltaban unos doscientos metros.
Veíamos de lejos unas piedras caer y dejar un hoyo de luz amarillenta. Es una colada de bloques. Grandes bloques de piedra calientes avanzaban lentamente hacia la pendiente. Una colada gigantesca, de varias centenas de metros de ancho.
Cuando llegamos a unos metros, el silencio se impuso entre nosotros. El hecho de estar en un paisaje del origen del mundo, bajo un cielo estrellado, escuchando las explosiones, sintiendo este calor extraordinario, nos dejó aturdidos. Cada uno se sentó donde pudo, dejando caer las cargas. Unas sonrisas aparecieron, y nos miramos.
Ya estábamos a la orilla de la colada de lava, después de ocho horas de viaje, entre carretera, camino, campos, bosque y piedras cortantes. Teníamos ante nosotros uno de los espectáculos más bellos del planeta.