El factor militar siempre ha sido clave en los grandes virajes históricos de Venezuela, unas veces para mal y otras para bien. Igual que en todos los países de América Latina, en Venezuela los militares han quitado y puesto gobiernos, o han tomado el poder en sus manos ellos mismos, incluso cuando por guardar las apariencias se han quitado los uniformes y vestido ropas de civil.
El chavismo que todavía impera en Venezuela es en esencia un régimen militar. Se incubó con el golpe del 4 de febrero de 1992 encabezado por el coronel Hugo Chávez, el cual, aunque fallido, fue el antecedente de la toma del poder por el mismo grupo de militares golpistas, quienes aprovecharon las facilidades y la generosidad del sistema democrático para participar en las elecciones presidenciales de 1998, ganarlas y establecer la dictadura bolivariana que a continuación constitucionalizaron.
Pero ahora los militares han sido el factor clave para que Nicolás Maduro reconociera su derrota en las elecciones legislativas del 6 de diciembre recién pasado, y para que, a regañadientes y jurando venganza, aceptara el triunfo de la oposición en las urnas electorales.
En el editorial del martes 8 de diciembre comentamos que los mandos militares del Comando Estratégico Operacional, encabezados por el ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, vetaron el plan de Maduro y Diosdado Cabello de desconocer el resultado de las votaciones. El alto mando militar habría aceptado avalar un fraude electoral de pequeña monta, pero ante la avalancha de votos que recibió la oposición no había manera de desconocer la voluntad popular. Y si lo hubieran hecho, se habrían arriesgado a un conflicto popular de grandes proporciones que ellos mismos, los militares, tendrían que enfrentar.
Incluso en el interior de las fuerzas armadas se hubiera podido crear una grave crisis, pues los mandos del Ejército comprobaron que hasta en los centros electorales donde votaron los militares y sus familiares, la oposición había obtenido al menos dos tercios de los votos emitidos.
Desde antes del día de las elecciones, frente a la posición del general Padrino de que solo avalaría un fraude si la diferencia de votos fuera mínima, Diosdado Cabello lo amenazó con auditarlo y encarcelarlo, como hizo Hugo Chávez en 2009 cuando destituyó y encarceló al ministro de Defensa, el general Raúl Baduel. Esto a pesar de que Baduel acompañó a Chávez en el golpe de Estado frustrado de 1992, y en 1998 lo respaldó en la toma del poder por la vía electoral, pero cayó en desgracia por haber disentido de las desviaciones totalitarias del régimen chavista.
Ahora, consumada la elección del 6 de diciembre Maduro y Cabello quieren pasar factura al general Padrino aprovechando que su período al mando del Ejército se ha vencido. Pero Padrino no actuó solo, lo hizo de común acuerdo con los altos mandos militares, de manera que una represalia contra él como la que fraguan Maduro y
Cabello podría tener consecuencias insospechadas.
La suerte de la democracia no debería depender de vaivenes militares como esos, ni en Venezuela ni en ninguna otra parte, pero tal es la cruda y lamentable realidad.
