Este es el título del libro de Alexei Yurchak sobre la desaparición de la Unión Soviética. El título en inglés, es verdaderamente genial: (Everything was forever, until it was no more).
El autor comienza relatando el ambiente prevaleciente en la Unión Soviética poco antes de que desapareciera: “Nunca se me había ocurrido que en la Unión Soviética algo cambiaría. Mucho menos que desaparecería. Nadie lo esperaba. Ni los niños ni los adultos. Todos pensábamos que todo era para siempre”.
Los soviéticos no han sido los únicos que han pensado que todo era para siempre. Indudablemente que los chavistas también pensaron que el chavismo era para siempre. Los Somoza pensaron que ellos eran para siempre —algunos todavía nos acordamos de “Somoza for ever” (Somoza para siempre)—. Los Kirchner pensaron que el kirchnerismo también era para siempre y Correa pensó que él sería para siempre. Probablemente todos los populistas siguen pensando que ellos serán para siempre.
El populismo de toda índole está en franca retirada en América Latina, sea populismo común y corriente o sea “populismo responsable”, como algunos politólogos caracterizan al populismo de Daniel Ortega (yo tampoco sé lo que significa “populismo responsable”, debe ser algo así como borracho sobrio). De todos los gobiernos populistas —Dilma Rousseff en Brasil, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, Raúl Castro en Cuba, Daniel Ortega en Nicaragua —los únicos que se ven más o menos sólidos son Morales y Ortega. Los Castro están con un pie en la tumba, Dilma está a punto de ser enjuiciada y Correa no podrá reelegirse en 2017. La solidez de Daniel se debe a las enormes infusiones de capital proveniente de Venezuela y a las remesas provenientes del exterior. Entre ambas fuentes, Nicaragua ha recibido entradas de capital que rondan alrededor del 12 por ciento del Producto Interno Bruto. Estas cantidades descomunales han generado una bonanza económica que no hubiera sido posible de otra manera. La discrecionalidad que Venezuela le ha otorgado a Daniel en el uso de la cooperación venezolana ha hecho posible mantener contentos a ciertos segmentos de la población y evitar una explosión social. Al igual que los otros populistas, Daniel probablemente pensaba que la bonanza era para siempre.
Pensar que las cosas son para siempre es ignorar los imprevistos. Ni Daniel ni Maduro ni nadie se imaginó que los precios del petróleo se desplomarían tanto ni tan rápido. O que Wang Jing perdería ochenta por ciento de su capital. La caída de los precios del petróleo significa que Daniel se verá corto de fondos para continuar con su “populismo responsable”. El colapso financiero de Wang Jing significa que el inicio del Canal se tendrá que postergar hasta después de las elecciones de 2016. El otro imprevisto es la derrota del chavismo en las elecciones parlamentarias de ayer. Si al terminar el escrutinio de los votos la oposición obtiene 112 curules, la Asamblea tendrá la potestad de sacar del poder al hombre fuerte que pensó que él estaría en el poder para siempre.
Las implicaciones de estas elecciones para Nicaragua son trascendentales. En primer lugar hay consecuencias económicas. La economía venezolana no está para repartir subsidios a diestra y siniestra. Esa economía está en la lona gracias al pésimo manejo por parte de Maduro. No sería remoto que los venezolanos acabaran con el programa de Petrocaribe. Este sería un fuerte golpe para la economía nicaragüense. Aunque los consumidores nicaragüenses no se han beneficiado mucho de este programa, el país como un todo sí se ha beneficiado. Ojalá que los venezolanos sigan con el programa de Petrocaribe para que sigamos gozando de petróleo subsidiado. Ojalá que el Gobierno de Nicaragua decida vender los derivados a precios internacionales para que los beneficios de petróleo barato le lleguen al pueblo y no solo a Albanisa. Como argumenta Robinson en su libro Por qué fracasan los países, cuando los beneficios económicos no se reparten equitativamente, los gobiernos colapsan. Y en Nicaragua los beneficios económicos les llegan a muy pocas personas. Lo menos que el Gobierno puede hacer para postergar el colapso es repartir los beneficios del petróleo barato entre el pueblo, bajando el costo de la energía.
También hay implicaciones políticas. El pueblo de Venezuela ha demostrado que “el pueblo unido jamás será vencido”, como decían los sandinistas cuando el pueblo estaba con ellos y ellos estaban fuera del poder. Los venezolanos se lanzaron en masa a las urnas y eso dificultó el fraude. No necesariamente lo impide, porque robarse uno que otro punto es siempre posible, pero robarse diez puntos es imposible. En el caso de Venezuela, el margen de 107 a 55 no dio para que hubiera fraude masivo. Este es un mensaje poderoso para los pueblos que todavía quedan bajo la bota de los gobiernos autoritarios. Una manera efectiva de evitar el fraude es votar en masa, no abstenerse. No nos olvidemos que el poder de cambiar las cosas que son “para siempre” reside en el pueblo mismo.
El autor es doctor en Economía.