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La Sagrada Familia, familia ideal

Una vida familiar feliz entre marido y mujer, entre padres e hijos es el primer premio de la lotería de la vida. Sobre ella se funda el Estado, la moral, la paz y nuestra salud física y espiritual.

Una vida familiar feliz entre marido y mujer, entre padres e hijos es el primer premio de la lotería de la vida. Sobre ella se funda el Estado, la moral, la paz y nuestra salud física y espiritual.

Ciertamente que sabemos muy poco de la Familia de Nazareth. Pero lo poco que nos dicen, nos llevan a sentir la necesidad de mirar a esa familia santa, sencilla y humilde para asumirla como espejo en el que miremos para que nuestras familias sean como la familia formada por José, María y Jesús.

José, el esposo de María, un carpintero de Nazareth, fue un hombre lleno de Dios, loco de amor por su esposa y un padre de una entrega total a Jesús; por eso, “hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer” (Mt. 1,24) y huyó a Egipto para salvar al niño y a su madre de las manos asesinas de Herodes (Mt. 2,13-15).

María fue esa esposa y madre entregada con todo su corazón a su hogar, a su esposo José y a su hijo Jesús y como todas las mujeres de su tiempo, dedicada por completo a su hogar. Era una mujer llena de Dios, de una gran fe, capaz de decir siempre: “Hágase en mí según tu voluntad” (Lc. 1,38).

Jesús conocido por todos como “el hijo del carpintero” (Mt. 13,55), recibió del hogar en el que fue creado, todos esos grandes valores que después le hicieron darse por completo a decir a su Padre Dios: “Padre, que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú” (Mt. 26,39).

Pero ese hogar y esa familia de Nazareth eran una escuela permanente donde todos aprendían a vivir esos valores esenciales que dignifican la vida y la convivencia. Toda la vida privada de Jesús la reduce San Lucas en decirnos que “Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc. 2,52).

Ciertamente, San Lucas, en estas pocas palabras, nos revela la maravilla de lo que fue ese hogar de Nazareth. Una auténtica escuela de crecimiento personal de todos.

Pasaron, como cualquier familia, por problemas muy dolorosos: tuvieron que huir a Egipto para librar a Jesús de las amenazas de Herodes (Mt. 2,13-23). A María se le clavaría en su corazón verdaderamente una dolorosa espada al oír a Simeón aquellas duras palabras: “Este niño está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y como signo de contradicción. ¡Y a ti misma una espada te atravesará el alma” (Lc. 2,34-35).

José y María pasaron unos graves momentos de “angustia” al ver que su hijo, sin decirles nada, se había quedado en el templo hablando con los maestros (Lc. 2,48). Seguro que pasaron, como toda familia sencilla de Nazareth, problemas también económicos. No podemos olvidar que José era carpintero (Mt. 13,55) de una pequeña aldea, como lo era Nazareth.

Pero, por encima de todo, María, José y Jesús siempre ponían a Dios como el valor supremo que regía sus vidas. Eran una familia eminentemente creyente: Jesús fue circuncidado y presentado en el templo como mandaba la ley de Moisés (Lc. 2,21-28). Cumplían con la fiesta de la Pascua (Lc. 2,41) y llevaron a Jesús a Jerusalén como era la costumbre judía (Lc. 2,42-50).

La familia de Nazareth fue y sigue siendo, un ejemplo ideal para toda familia humana. Es en el calor de la familia donde aprendemos a vivir y convivir, como la familia de Nazareth. Es en la familia donde aprendemos a tener una bella relación con Dios y con los demás, al estilo de la familia de Nazareth.

Es en el calor de la familia donde esposos e hijos aprendemos a amar y darnos a quienes nos necesitan, como la familia de Nazareth.

Es en la familia donde aprendemos a servir a los demás, como la familia de Nazareth. Es en la familia donde todos aprendemos a sacrificarnos por los demás y aprendemos a ser solidarios los unos con los otros, como la familia de Nazareth. Es en la familia donde aprendemos a sacrificarnos por hacer más felices a los demás y donde nos enriquecemos con esos grandes valores que dignifican nuestra vida y nuestra convivencia.

Por eso, es necesario que nuestras familias vuelvan su mirada y su corazón a la casa y familia de Nazareth, familia de Jesús, José y María, si queremos construir una convivencia feliz y un país donde los grandes valores humanos se hagan una realidad.

La fiesta de la Sagrada Familia no está puesta para que nos quedemos absortos mirando el portal de Belén, sino para que, mirando la familia de Nazareth, reflexionemos en la nuestra y hagamos nuestros los valores que allí reinaban de fe, de respeto mutuo, de amor, de comunión y de crecimiento personal de cada uno de sus miembros.

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