Si usted conoce a deprimidos o temerosos, víctimas de los voceros del régimen, los pactistas o agoreros de desesperanza, cuénteles la noticia: Nicaragua no está en las manos de los Ortega-Murillo. En realidad está en nuestras manos y aguarda las decisiones que tomemos.
Vea si es cierto. En asunto de semanas una nueva realidad toma forma en Guatemala, Argentina, Venezuela, y en lista de espera Ecuador y Bolivia. Sí, la corrupción, el despilfarro, el aprovechamiento partidario, la represión, la impunidad, se desmoronan porque la mayoría decidió dar a sus naciones libertad, justicia y paz, resuelta a votar y que nadie jugara con su voluntad.
La determinación y el estilo de la pareja presidencial son públicos. Sabiendo de las denuncias sobre violaciones de derechos humanos, corrupción, fraudes electorales, manoseo religioso y de empleados estatales, fracasadas causas patrioteras, proyectada destrucción del medioambiente y decenas de etcéteras, debemos cambiar el rumbo.
Es fácil observar que el miedo es el elemento común entre el oficialismo y algunos ciudadanos. El primero porque con elecciones limpias sabe que puede perder, y los segundos no deciden emanciparse por posibles represalias, aunque en su interior sepan que el aparato gobiernista los violenta y aprisiona, convirtiéndolos en rehenes de sí mismos.
Si el poder político se rehúsa a ofrecer las garantías necesarias, corresponde a los ciudadanos hacer valer, cívicamente, sus derechos. Por eso serán siempre relevantes las palabras de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, quien dijo: “Cada quien es dueño de su propio miedo”. Es decir, dueño y no esclavo. Así son los que erguidos con coraje por lo que es correcto, lo que es verdad, lo que es justo, expresan sus pensamientos, actúan para defender su libertad, su dignidad y la de sus familias.
¿No cree usted que el próximo noviembre nuestros votos deberían ser bien contados, con padrón electoral sin incluir a los muertos, sin turberos merodeando, que los fiscales no sean amenazados ni obligados a abandonar las mesas, con observadores nacionales e internacionales creíbles que den fe de los resultados? Esto solamente será posible si sumamos las buenas voluntades; si comprendemos que el régimen está tan débil que lo sostiene el miedo de los demás.
A los que piensan que la llamada unidad de los partidos opositores es decisiva para ganar elecciones, se les debe llevar otra noticia: tampoco es cierto. ¿De qué sirve aliarse con quienes le hacen los mandados al orteguismo? Se aplica a los que dicen aguardar un nuevo partido para el 2021 con líder mesiánico, o los que meten en el mismo saco a todos los opositores. Esa es la estrategia del oficialismo para crear decepción, desinflar los ánimos, promover abstencionismo o que no nos importe un nuevo fraude.
Seguro usted conoce personas que aspiran a una oposición idealizada, producto de parto por cesárea. Rápido, sin achaques ni contracciones y un despertar maternal. Pero eso tampoco es cierto.
Resulta necesario reconocer que se transita por un proceso, en etapas. A fin de cuentas no llegamos a esta situación de la noche a la mañana. A falta de este discernimiento hay quienes, sin saberlo, se convierten en adversarios de la democracia que dicen desear.
2016 debería ser el año de la participación ciudadana para lograr elecciones en las que se respeten las preferencias de los nicaragüenses. Puede ser la última oportunidad en años por venir. Ojalá no la perdamos. Está en nuestras manos.
El autor es periodista.