¿Sigue Ortega los pasos de los Somoza? ¿Se parecen o difieren muchos sus respectivos regímenes? Indagar el tema no solo puede satisfacer la curiosidad histórica sino mejorar nuestra comprensión del presente y nuestra capacidad de predicción.
Aunque en sentido estricto, no existen en la historia dos períodos idénticos, explorar el pasado permite entrever cómo determinados tipos de actuaciones suelen conducir a ciertos tipos de resultados. Por eso la ciencia histórica es tan rica en enseñanzas. Quienes la ignoran tienden a tropezar o repetir errores. Precisamente la diferencia entre el sabio y el estúpido es que el primero aprende de la experiencia y el segundo no.
El problema de gobernantes como Maduro, por ejemplo, es que, a pesar de existir evidencias bien documentadas, no aprendió que cuando los gobiernos controlan los precios producen escasez y que cuando los Estados destrozan al empresariado cosechan pobreza.
Un repaso somero de algunos aspectos del régimen de los Somoza puede arrojar luz sobre las consecuencias que tuvieron sus aciertos y desaciertos. También puede contribuir a discernir la medida en que Ortega va por el mismo camino o transita por otro.
Trataré pues, a continuación, de revivir ciertas facetas del régimen de los Somoza, comenzando por la forma en que enfrentó sus relaciones con el sector privado y la economía.
Desde su ascensión a la Presidencia, en 1937, el fundador de la dinastía, Anastasio Somoza García, cultivó excelentes relaciones con el sector privado. Tanto los empresarios liberales como los conservadores encontraron en su gobierno un aliado. En 1939, ante la petición de Silvio Pellas, presidente de la Nicaragua Sugar Estates, de que el gobierno gestionara en Estados Unidos mejores términos para la exportación de azúcar, Somoza giró de inmediato instrucciones a su embajador en Washington para que hiciera el cabildeo respectivo.
Ese mismo año las cámaras de comercio de todo el país, representadas por cien empresarios vestidos de smoking, le obsequiaron un agasajo de gala a Somoza, “como homenaje de simpatía y reconocimiento por el interés que el mandatario ha demostrado por el mejoramiento económico de la nación”.
Mejorar la economía fue en realidad otra tarea en que Somoza se apuntó muchos éxitos. Parte de él se debió a su buena gestión como administrador —afanado en mantener la estabilidad macroeconómica y evitar los déficits fiscales— como a los favorables “vientos de cola” causados por las circunstancias internacionales. Una de estas fue el estallido de la Segunda Guerra Mundial, la cual incidió en mejorar el precio de ciertos productos de exportación. El incremento en las divisas le permitió, entre otras cosas, ampliar el estado y multiplicar el número de los empleados públicos, quienes, de ser 5,321 en 1937, subieron a 15,000 para 1942. Terminada la guerra en 1945 siguió entonces el famoso “boom” algodonero. Con este la tasa de crecimiento se disparó al 9.3 por ciento anual entre 1950 y 1954 y los ingresos del Estado se cuadruplicaron entre 1946 y 1956. El Gobierno, en consecuencia, expandió sus servicios. En 1943 había apenas 30 kilómetros de carreteras de los cuales solo 10 eran pavimentados. En 1955 ya había 3,693 kilómetros de los cuales 1,000 eran pavimentados. Los maestros pasaron de 2,100 a 4,000. Igualmente se duplicó la generación eléctrica, se multiplicaron los hospitales y otras obras públicas.
La bonanza permitió a Somoza distribuir prebendas y empleos a granel y aumentar considerablemente su clientela política. Al inicio de los años cincuenta la mayoría de los hogares pobres tenían en sus paredes algún póster del general.
Pero otras cosas se estaban también cocinando. Lo veremos después.
El autor fue ministro de educación y rector de Ave María College.