El gobierno de Nicaragua es el único en Centroamérica y el único en América Latina que no permite elecciones libres. Cuba es “harina de otro costal”.
Habiendo sido Daniel Ortega signatario de los Acuerdos de Paz contenidos en Esquipulas II en 1987, que estableció el Procedimiento para Establecer la Paz Firme y Duradera en Centroamérica, resulta inconcebible que nos niegue a los nicaragüenses el elemental derecho al voto democrático.
Durante 1986 y 1987, fue establecido el Proceso de Esquipulas, los jefes de Estado de Centroamérica acordaron una cooperación económica y una estructura básica para la resolución pacífica de los conflictos. De ahí emergió el Acuerdo de Esquipulas II que fue firmado en la Ciudad de Guatemala por el presidente de Guatemala, Vinicio Cerezo, el presidente de El Salvador, José Napoleón Duarte, el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, el presidente de Honduras, José Azcona Hoyo y el presidente de Costa Rica, Óscar Arias Sánchez, el 7 de agosto de 1987.
El Acuerdo de Esquipulas II estableció una serie de acciones para promover la reconciliación nacional, el final de las hostilidades, la democratización, las elecciones libres, el término de toda asistencia para las fuerzas militares irregulares, negociaciones sobre el control de armas y la asistencia a los refugiados. También sentó las bases para los procedimientos de verificaciones internacionales y aprobó una agenda para su implementación. En el corazón del acuerdo está el compromiso de convertir a “Centroamérica en una región de paz, democracia y desarrollo” lo que fue plasmado en el Protocolo de Tegucigalpa, uno de cuyos artículos reza: “Consolidar la democracia y fortalecer sus instituciones sobre la base de la existencia de Gobiernos electos por sufragio universal, libre y secreto, y del irrestricto respeto a los Derechos Humanos”.
Esquipulas II se firmó para dejar atrás la guerra y las dictaduras y abrir para la región una nueva era de paz, democracia, libertad y desarrollo con equidad con base al respeto a los derechos humanos. No se firmó como un recurso táctico sino como un objetivo estratégico que nos permitiera a los centroamericanos pasar de la confrontación bélica, producto del final de la Guerra Fría, a la posguerra, hasta lograr la paz firme y duradera.
Mal que bien el resto de los países han respetado esos acuerdos. ¿Pero qué ha pasado en Nicaragua?: las ambiciones de poder, la corrupción, el mesianismo, las satrapías, el desprecio al pueblo nicaragüense, se han instalado en la patria de Darío y Sandino frustrando las grandes metas de una verdadera reconciliación nacional y un efectivo Estado de Derecho, hasta llegar a lo que somos en la actualidad, un remedo de monarquía tercermundista, una ausencia de reclamo ciudadano organizado, una Torre de Babel donde el discurso oficial se nos impone como una diarrea de palabras adormecedoras de la conciencia y de los verdaderos valores nacionalistas y patrióticos, ahora pasados a menos en la danza del servilismo más abyecto.
En este contexto arribamos al 2016, año de las elecciones generales el próximo mes de noviembre. Nuestro país llega en medio de grandes contradicciones y paradojas. Una economía que a los ojos del sector privado aglutinado en el Cosep, es lo mejor que les ha podido suceder, y un incumplimiento de los compromisos internacionales del Estado de Nicaragua en materia de respeto a los derechos humanos y políticos contenidos en convenios y tratados internacionales de los que somos signatarios en Naciones Unidas, en la Organización de los Estados Americanos y su Carta Democrática y con la Unión Europea contenidos en el Acuerdo de Asociación, que conlleva elementos políticos que deben ser respetados y cumplidos.
En noviembre próximo la comunidad internacional debe volver su atención a una nación que sigue esperando se respete su derecho al voto libre, secreto, informado y, lo más importante, bien contado, ese es el fundamento de una paz firme y duradera, no la represión.
El autor es diputado en el Parlamento Centroamericano por el Partido Liberal Independiente.