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Filosofía de una ciudad

Ciudad comunitaria. La Vieja Managua es una ciudad-mito por haber muerto, como las figuras míticas (Marilyn, el Che, Lennon), en plena juventud.

Con motivo de la nueva edición de Managua en la Memoria de Roberto Sánchez Ramírez (y otras publicaciones), algunos jóvenes han comentado que la vieja Managua está siendo “sobredimensionada”. Trataré de explicar la nostalgia por ese casco urbano que sobrevive en recuerdos tendientes a desaparecer.

Ciudad comunitaria. La Vieja Managua es una ciudad-mito por haber muerto, como las figuras míticas (Marilyn, el Che, Lennon), en plena juventud.

Fue asimismo una ciudad compacta que propiciaba la vida en comunidad. Cada cuadra tenía su propia fisonomía que armonizaba con el resto de la ciudad, lo que contrasta con la Managua desparramada de la actualidad.

Viernes y sábados la actividad se prolongaba hasta altas horas de la noche sin miedo a los asaltos; los negocios parecían ser siempre los mismos y la moneda no se devaluaba.

Selección aleatoria. A la obra de Sánchez no le hace justicia el título por tratarse, no de una colección de recuerdos espontáneos, sino de estudios exhaustivos de diferentes temas.

Pero al avanzar en su lectura, se advierte cierta falta de coherencia estructural, pues los temas seleccionados (el Instituto Pedagógico, el Teresiano) sugieren otros temas ausentes (el Ramírez Goyena, la Inmaculada).

El autor explica el carácter aleatorio de la selección por tratarse de una colección de artículos publicados previamente, lo que no elimina el deseo del lector de que la obra fuese más redonda.

¿La Nicaragua de los Somoza? Por otro lado, hay demasiados capítulos sobre la Gran Historia de Nicaragua (tratada extensamente en otros libros), como si el autor no consideró el tema central (Managua, su gente, sus lugares) lo suficientemente importante para justificar la publicación de un libro.

Sánchez abunda en descripciones de las atrocidades del somocismo para contraponerlas al heroísmo de jóvenes que decidieron morir matando para lograr un cambio radical, sin hacer referencia a la década de 1980 (los intelectuales que formaron parte del engranaje del poder en esa década, tienden a pasarla por alto o mixtificarla).

Este recuento de atrocidades mueve al lector joven o extranjero a preguntarse cómo una ciudad tan llena de vida, cultura y encanto pudo desarrollarse bajo tamaña dictadura.

Algunos escritores que deberían saber más por viejos que por sabios han afirmado que la nostalgia por la vieja Managua esconde una nostalgia por Somoza. Pero la Nicaragua pre-sandinista nunca fue realmente la Nicaragua de los Somoza.

El somocismo representó el tipo de dictaduras personales/familiares de viejo cuño, montadas incómodamente en democracias representativas, sin estar sustentadas por ideologías totalitarias que justificaran la supresión de la otredad.

Los Somoza manejaron el Estado como parte de su feudo que incluía el ejército, parte de la oposición y un segmento de la economía. Pero nunca pretendieron controlar toda Nicaragua.

La Managua de las consignas. Los años ochenta vieron el surgimiento de una nueva dictadura de partido basada en el concepto marxista-leninista (proyectado desde Cuba) de dictadura del proletariado, que no logró desarrollarse plenamente debido a circunstancias coyunturales (internas y externas).

Pero en pocos años, el gobierno sandinista llegó a controlar, casi en su totalidad, la economía, la política, la educación, los medios de comunicación, los sindicatos, la cultura y los medios de producción mediante confiscaciones generalizadas que por la incertidumbre y el pánico que generaron, paralizaron la economía.

Para bien o para mal, la Nicaragua de los ochenta fue verdaderamente la Nicaragua Sandinista y muchos proyectan retroactivamente ese esquema de fusión Partido-Estado-Nación mecánicamente a la etapa pre-sandinista.

Nuestra Managua. A pesar del poder de los Somoza, los nicaragüenses hicimos la Vieja Managua, nuestra Managua. Una ciudad que crecía en estado de ebullición: la prensa opositora moldeaba el pensamiento nacional; las universidades eran criaderos de revolucionarios; la cultura dominante era abiertamente anti-somocista; los socialistas exigían mejores condiciones de vida para los trabajadores, mientras los estudiantes se manifestaban en las calles desafiando las balas.

La obra de Sánchez, con abundante material gráfico (como el dramático monumento a doña Ninfa Castillo en el Cementerio de San Pedro, que yo visitaba frecuentemente con mi papá), hace justicia a ese entorno, mezcla de cuento de hadas, epopeya y novela costumbrista. Destacan los capítulos sobre las fiestas de Santo Domingo, el Hospital Bautista, Tino López Guerra, los bomberos, la carne asada, la hípica y el Centro Juvenil Don Bosco.

El autor es escritor.

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