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Fernando Bárcenas

El asno de Esopo y el PLI

El diputado del PLI, Pedro Joaquín Chamorro, persona extremamente cordial, con una redacción impecable y amena insufla a sus artículos de opinión, un fino sentido del humor orientado a la denuncia política, escribió esta vez, en LA PRENSA del 20 de enero, un artículo político carente de principios, en el cual desfigura la moraleja de la fábula de Esopo: El molinero, su hijo y su asno, para justificar la actuación del PLI en el parlamento que, a su juicio, debe ser indiferente a las críticas, como lo indicaría la moraleja citada.

El golpe de mano de Chamorro consiste en cambiar el contexto de la fábula de Esopo, así, bajo cuerda, pasa al terreno puramente subjetivo de las decisiones personales, el carácter objetivo de la actuación del PLI dentro de la realidad política concreta. O sea, las decisiones políticas del PLI corresponderían —según Chamorro— al ámbito reducido de los propios intereses individuales, al que pertenece el sentido práctico de la fábula de Esopo en cuestión.

Con tal expediente falaz, cualquier dictadura, incluida la de Ortega, individual y absolutista en grado extremo, amparándose en dicha moraleja individualista podría ignorar olímpicamente las críticas (o los votos electorales), como si fuesen opiniones caprichosas, sin fundamento alguno respecto a la voluntad personal y a los intereses del tirano (que deberían prevalecer con exclusividad, si extrapolamos a la política, como hace Chamorro, la moraleja individualista de la fábula).

Toda moraleja, en sentido político, debe ser una hija directa de la ética. Y esta última, debe fundarse en la actuación combativa del sujeto social cuyos intereses se corresponden con los intereses colectivos de la nación.

¿Hay algún criterio para criticar acertadamente una posición o una táctica política? Por supuesto que sí. De lo contrario, no habría partidos políticos distintos.

La fábula, adaptada erradamente por Chamorro al ámbito político, se refiere a la crítica subjetiva, sin fundamento metodológico. El desarrollo técnico y científico ha llevado a un proceso de toma de decisiones con apego a métodos analíticos, y a objetivos mensurables, implícitos en la realidad como probabilidad. La política, a partir de Maquiavelo, ha sido acogida como ciencia social, liberándola de la metafísica.

En el caso concreto, uno podría preguntarse si la táctica política del PLI da resultados prácticos, no por la incorporación de tal o cual petición sobre la prórroga a las cédulas vencidas (la cual, sea dicho de paso, fue otorgada por Ortega por simple cálculo político partidario, no por influencia de ningún directivo del PLI), sino, que se podría juzgar la táctica del PLI por su aceptación en la población, por el aumento de sus partidarios, por la incorporación orgánica de mayores adeptos. Este podría ser un criterio, muy básico, para determinar objetivamente si una táctica política obtiene los réditos esperados. Un criterio más profundo y certero, tendría que indagar si el PLI tiene alguna teoría política sobre la realidad, y si su táctica resulta coherente con dicha teoría.

Si la actuación del PLI en el parlamento no produce un incremento de su peso real en la escena política, si no mejora su posición en la correlación de fuerzas real, y si no incrementa su poder de convocatoria a la lucha, en la situación política concreta, la táctica —si hay alguna—, no es acertada (máxime cuando la lucha de masas independiente en contra del orteguismo ha cobrado un auge significativo en 2015). Esta constatación pragmática, no sería subjetiva, y constituiría un punto objetivo de partida para un debate crítico interno (que, en los partidos serios, viene promovido por los más relevantes pensadores entre sus dirigentes, a partir de su concepción teórica e ideológica).

Un planteamiento táctico tiene por finalidad impedir que los adversarios consigan sus fines, y en avanzar objetivamente, de forma mensurable, las posibilidades reales de obtener los propios fines. En esencia, un partido político debe convertirse en partido de masas, para adelantar un programa.

La fábula del burro es un sofisma desafortunado, porque deja como moraleja que un partido sin objetivos —lo cual, es una contradicción esencial— puede comportarse subjetivamente, conforme al parecer individual. Sería, entonces, un fin en sí mismo, y Chamorro pertenecería a un club, no a un partido político.

El autor es ingeniero eléctrico.

Opinión Esopo Pedro Joaquín Chamorro PLI archivo
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