La desigualdad es uno de los temas centrales de nuestro tiempo, el abismo entre los ricos y los pobres se ensancha cada vez más. Muchos hablan de ella, pero son pocos los que señalan, qué se puede hacer contra este lastre que aflige a la humanidad. Seguro que no hay una llave mágica para resolverla. Como señala el economista británico y asesor de gobiernos, Anthony Atktison, quien ha dedicado su vida a la investigación de este tema: “La desigualdad no puede ser resuelta únicamente mediante medidas como impuestos sobre la riqueza o los ingresos”.
La desigualdad está incrustada en nuestras estructuras económicas y realidad social. Por ello es necesario tomar en cuenta muchos de eso aspectos al analizarla. Los impuestos son un instrumento importante, pero deben ser utilizados de forma adecuada para contrarrestarla, —sin que se obstaculice la creación de nueva riqueza—, pero eso, solo es una parte, la otra tiene que ver cómo se ayuda a los que resultan socialmente marginados.
El círculo de los 62 superricos tiene una fortuna que equivale a la que posee la mitad más pobre del planeta. La comparación es avergonzante, según la revista económica Forbes, la fortuna de los 62 multimillonarios, ha crecido 44 por ciento desde 2010. Un año atrás estaba concentrada en manos de 80 superricos. Mientras tanto, la riqueza del 50 por ciento más pobre, 3,600 millones de personas, se redujo drásticamente desde el pico más alto del 2011, en un 41 por ciento.
El Organismo No Gubernamental Oxfam ve la causa de esa indeseada desigualdad en la política económica que favorece a ese número de privilegiados. Las grandes empresas son insuficientemente gravadas y continúan trasladando las inversiones y ganancias de capital a paraísos fiscales. Se calcula que nueve de cada 10 transnacionales, tienen filiales en oasis fiscales. Los países en desarrollo pierden alrededor de US$100,000 millones en ingresos, por impuestos que no se pagan. Esa transferencia cuesta anualmente a los estados africanos US$14,000 millones.
Grandes ganadores en ese proceso son, Suiza, Irlanda, Islas Caimán, Holanda, Bermudas por ofrecer ventajosas condiciones fiscales.
La cuestión no es tan simple como se cree, pues los ricos, no solo tienen dinero, sino también poder y eso es peligroso. Es conocido que algunos de ellos contribuyen y donan a causas filantrópicas; eso es compensado con bondades fiscales. Sin embargo, Bill Gates y Warren Buffet donan mucho de su dinero para proyectos de salud entre otros y no parecen estar defendiendo hasta el último dólar.
¿Y qué sucede con la riqueza? Cómo se sabe también se hereda, y la mayoría la toma como se recibe el confort, no molesta a nadie, con lo cual, la desigualdad crece. Ya John Stuart Mill promovía que la herencia de riqueza debía ser evitada, y él fue, desde su perfil doctrinario, insisto, un economista liberal. Tampoco se trata de satanizar la creación de riqueza, de penalizar el logro alcanzado con transpiración, ni mucho menos condenar el ingenio innovador de los emprendedores.
Lo que debería prevalecer es la preocupación de convertir el sistema impositivo en progresivo. “Una sociedad civilizada necesita impuestos elevados”; sentencia el profesor de Oxford y la London School of Economics, Sir A. Atkison. Conseguir reducir la pobreza en el planeta, es una de las metas de la nueva estrategia de las Naciones Unidas con los Nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible. En tiempos de un débil y reducido crecimiento de la economía mundial, aumenta también la desigualdad y en consecuencia se pone en riesgo el mismo crecimiento económico.
La desigualdad no puede ser bendecida y en su nombre condenar y excluir a los pobres, a los que se les niega oportunidades y participación. La creación de riqueza, cuando no ha sido lograda por el esfuerzo y con limpieza, no merece tener el reconocimiento de nadie.
En algunos medios, también se escamotea la discusión del problema de la desigualdad. En otros casos, las críticas se envuelven en vendajes eufemísticos, como las hechas al economista de París Thomas Piketti, de no coleccionar suficientes datos, para sustentar el impuesto propuesto. En verdad, las estadísticas revelan solo un aspecto de la realidad, no una imagen completa.
El traslado de las fortunas y ganancias a los paraísos fiscales es una seria amenaza a los progresos en la lucha contra la pobreza. Una total igualdad es quizá una utopía, pero las élites económicas y políticas no deben desestimar la meta de tratar con real interés y decisión, el reducir la desigualdad con mayor transparencia fiscal. Ello toca elementales cuestiones de la justicia y, dejarla a su libre albedrío, es desde las perspectivas, económica, política y social, muy peligroso e inaceptable desde el punto de vista ético.
El autor es doctor en economía. Departamento de Economía UNAN-Managua.