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Magdalena de Rodríguez

Rubén Darío y la fuente de noche y olvido

Casi todos los poetas piensan con desconsuelo en el olvido que caerá sobre ellos a la hora y después de la hora de la muerte. “Cuando la campana suene, si suena, en mi funeral —una oración al oírla— ¿quién murmurará?”, dice Bécquer y Lino Argüello, el mayor y último romántico nicaragüense, exclama en su triste Andas de Caridad: “A mí que del mundo casi nada espero —tendréis que llevarme por aquel sendero / lo mismo que a Pedro— lo mismo que a Juan”.

En la inmensa fragua que era la mente de Darío se fundieron pensamientos tristes y terribles, sobre la muerte, premonición talvez como aquel de dos buitres disputando sus despojos; que cobró realidad cuando a la segunda noche de su muerte, el médico Luis Debayle, quien había practicado la autopsia y Andrés Murillo, el funesto cuñado, se disputaron su cerebro.

El 18 de enero de 1916 en León, día del 49 cumpleaños de Darío, doña Casimira Sacasa esposa del doctor Debayle, y dos de sus hijas visitan al poeta y le llevan perfumes y flores, como bandera de paz.

Entre Debayle y Darío habían surgido serias diferencias que la dama quiere apaciguar. Después de esa fecha, hace Darío su testamento bajo los oficios notariales del doctor Antonio Medrano.

Como testigos los doctores Luis Debayle y Santiago Argüello. Deja todos sus bienes a su hijo Rubén Darío Sánchez, su amado Güicho. Como albacea de los bienes del menor don David Argüello, alcalde de León. Luego 19 días fatigosos y llenos de dolor para el poeta, de expectación para el pueblo de León y de todo el país.

El 6 de febrero a las 10:15 de la noche muere Rubén Darío. Presencian su muerte la esposa Rosario Murillo, Santiago Argüello, Francisco Paniagua Prado, Abraham Argüello, don Alfonso Valle, Francisca Soriano, la media hermana de Darío y María y Arturo Alvarado.

En un rincón, como pavos de un barco de pesadumbre se colaron los muy jóvenes, estudiantes entonces, Simeón Rizo Gadea y José Floripe. (Recuerdo y narración de don José Floripe).

El joven Alejandro Torrealba llegó en seguida y levantó la tapa del reloj de bolsillo Ingersoll, propiedad de Darío y rompió la cuerda. Minutos después la fortaleza de Asososca dispara 21 cañonazos, las campanas de Catedral y La Merced dan los toques de vacante. Espeluznantes y tristes acordes.

Las calles cercanas a la casa mortuoria se pueblan. Penetra la gente a los corredores. Imposible detenerla. Todos se disputan la oportunidad de ver el cadáver de su poeta. En el catre negro permanece el cuerpo hasta las 2:00 de la mañana, hora en que principia la autopsia practicada por los doctores Luis Debayle y Escolástico Lara. El dibujante Octavio Torrealba tomó dos bocetos, uno del poeta agonizante, otro de Darío muerto. El artista José López saca una mascarilla de yeso. Contemplé esa reliquia en el museo archivo dariano de León. Ignoro si todavía exista.

Los funerales regios del poeta se prolongaron por siete días. El Gobierno de la República decreta siete días de duelo. Todas las municipalidades del país nombran delegados para hacer presencia en las exequias.

El mundo hispanoamericano también toma parte en el duelo, mensajes, delegaciones; igual el gobierno español. Los ateneos y poetas manifiestan su pesar.
“Ha muerto Rubén Darío el de las piedras preciosas”, escribe Amado Nervo. “Nadie la lira taña si no es el mismo Apolo. –Nadie la flauta sople si no es el mismo Pan…”, Antonio Machado. Y La Nación de Buenos Aires una sola palabra: “Dolor”.

Mil quinientos mensajes de pesar recibe la viuda, otros tantos el Gobierno de Nicaragua. Seis días en capilla ardiente dos en la Casa Municipal de León y cuatro en la universidad. Todas las noches veladas líricas y el acompañamiento del entierro fue de quince mil personas. Todas las clases sociales, políticas y religiosas hacen grave, sincera presencia. Va el cuerpo del poeta sobre andas ornadas, vestido con túnica blanca y corona de laurel. Catorce “canéforas le brindan el acanto”, es un dios “en hombros de hombres”. El entierro tarda seis horas de la Universidad a Catedral donde es sepultado a las 9:30 de la noche del domingo 13 de febrero bajo la columna que preside la estatua de San Pablo. Ahí permanecen los restos mortales del poeta de América desde hace un siglo. Casi no estuvo con nosotros en vida, pero nos pertenece muerto, como él mismo lo dijera un día.

Sobre la vida y obra de Rubén Darío se ha escrito tanto que ya existe una biblioteca formal de juicios y comentarios, y el interés continúa y se sigue escribiendo, lo cual prueba la vigencia del poeta.

Darío tiene el don de eternidad como Cervantes, como Shakespeare. Darío es lo más grande y valioso con que la fortuna divina ha favorecido a Nicaragua.

Por eso debemos los nicaragüenses invocar a Dios en estos días aciagos para la Patria con esa oración esplendente que él nos dejó: “Oh, señor Jesucristo —¿Por qué tardas? ¿Qué esperas? Para tender tu mano de luz sobre las fieras— y hacer brillar al sol tus divinas banderas?”

La autora es maestra

Opinión muerte Noche olvido poetas Rubén Darío archivo

COMENTARIOS

  1. José Antonio Robleto. Siles
    Hace 8 años

    He leído mucha notas y libros sobre el Gran poeta Ruben Dario. Lo mas dramático de su existencia fue las penurias económicas de su vida, que podía pensar un genio como él. El destino por no decir la sociedad le jugo una mala pasada. En en el articulo arriva mencionado, pueden econtrar su amargura de sus últimos días.

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