Una de las delicias que están desapareciendo en Nicaragua es la de comer en lugares populares. Donde come nuestro pueblo. Al aire libre, sentados en taburetes forrados de cueros mal curtidos y con mesas rencas fijadas con tapas de chibola. En piso de tierra apelmazado que se mantenía bien regadito. Debajo de enramadas sostenidas por horcones de formas irregulares cubiertas de palma o en traspatios abiertos de casas solariegas con paredes de taquezal y olor a leña quemada.
En uno de los ganchos del horcón, por lo general, colgaban un radio Hitachi que sintonizaba música de La Tictac, una radioemisora chinandegana que solo tocaba canciones de tierra adentro, mejicana o colombiana. Música “jincha”, porque era la despreciada por la hipocresía social. La que nos gustaba escuchar medio escondidos y hasta bailar, pero sin que nos vieran los conocidos del barrio.
“Amorcito ponenos la mesa al pie del pozo y cerca del palo de limón”. Se pedía de cajón cuando se llegaba a comer y a beber en serio.
En León, había que ver un mondongo donde La Peluda, una sopa de frijoles con uno o medio hombre y tortilla comaleada enfrente de nuestros ojos acompañada de cuajada ahumada donde Cucaracha. Una sopa de mariscos en el Ojo de Agua en la calle más remota de Sutiaba, unas bocas donde Higinio, los desayunos del pariente Salinas en Poneloya, la carne asada de la Estación que se las echo a los mejores restaurantes de Managua o de Miami. La sopa de gallo de Guadalupe todos los lunes o un vigorón del mismo barrio. El chancho con yuca de la calle de los cines o los nacatamales y pindongos de la Calle Real, la calle de Rubén y de sus versos.
Las cantinas se distinguían, no por el guaro que servían, pues este era casi el mismo en todas ellas, pero sí por las bocas que te ponían. Tan variadas en algunas de ellas que cuando te repetían una no pagabas la cuenta.
Patitas de chancho, conchas vírgenes, alitas de pollo, tostones con frijoles, consomé de punche, tamal pisque con queso ahumado, huevos de toro, camarones de agua dulce y salada, fritos o cocidos, maduro con queso o maduro en gloria, huevos de tortuga, chorizo con huevo, chayotes rellenos o callitos de mondongo, etc.
Por supuesto que habían cantinas más baratas que ofrecían solo boca de pájaro (te ponían jocote verde o mimbre con sal) boca de sombrero (te ponían un sombrero con el trago para que te soplaras con él después del rielazo) o de ventana (te colocaban al lado de una ventana para que sacaras la cabeza para refrescarte después del trago).
En León existía una a media cuadra de los rieles llamada La Herradura que se popularizó de tal manera que cuando aguantabas tres tragos en línea recta (cada trago se servía en aquellos vasos ochavados de a cuarta con guaro que era casi 100 por ciento puro alcohol) y lograbas pasar caminando los rieles sin caerte te ganabas una camisa Venus.
Otras se popularizaban por sus servicios especiales al cliente, además de la comida y del guaro que servían.
Una de ellas, que no recuerdo su nombre, servía sopa de gallina al medio día y con aquel sopor de los tragos y el calor de la ciudad, te llamaba la atención el número de panzones en camisola bañados de sudor que después de la sopa y ya con la presión baja y casi al borde del colapso levantaban la mano y le decían a un chavalo que se encontraba en la puerta del establecimiento medio escondido: “Un chelín de agua”, a lo que el cipote respondía prontamente con un balde de agua fresca de pozo que se la dejaba caer de cabeza a pies refrescándolo para la siguiente tanda y por lo que le daban un chelín (25 centavos de córdoba).
Valga la pena recordar todas estas cosas que se han perdido por el terremoto, la guerras civiles y el exilio donde Nicaragua está olvidando sus comidas, sus ranchos de palma, sus carretas jaladas por bueyes y por supuesto sus cantinas.
El autor es Médico y Cirujano.