Posiblemente, Ortega compense la probable salida de Roberto Rivas del Consejo Supremo Electoral (CSE), nombrando al cardenal Miguel Obando “prócer de la paz”. Ambas cosas, sin embargo, la figura de Obando en vestimenta de prócer, y un régimen absolutista en búsqueda de una dualidad contradictoria (próceres-reaccionarios afines a su ideología opresiva) resultan aberrantes. Pero, hacen sentido, no obstante, dentro del creciente caos de demagogia y cinismo que caracteriza al orteguismo. A nadie, sin embargo, con un poco de dignidad personal y de visión histórica, le agradaría desempeñar el rol de prócer del orteguismo. Solamente, a quien campee en las entrañas del régimen anacrónico, que pervierte los valores para racionalizar el despotismo.
La propia dignidad, si se cultiva en situaciones difíciles, nos permite salir airosos de la auditoría interior que cada tanto uno hace dentro de su propia alma. El proceso inquisitivo, existencial, cuando resulta de una progresista visión filosófica de la realidad (que se corresponde con los avances de la ciencia), está más allá del bien y del mal, y le da sentido a la vida e, incluso, como diría Holderlin, con su carga de fatalidad, al no despreciar ninguno de los enigmas de la vida, le da sentido, también, al infortunio y a la muerte. Un sentido sociológico, que trasciende la individualidad, ya que la libertad individual no existe fuera de la sociedad.
Entonces, contra lo absurdo y contra la miseria política de una satrapía, emana la rebelión como simple condición humana consciente. Es el instinto colectivo, que al rebelarse prevalece ya sobre el crimen político que se ha vuelto legal, y cuya premeditación lógica presupone la degradación de la sociedad, por falta de principios. Camus sostenía que con la rebelión se adquiere conciencia del ser colectivo. Esa experiencia, dice Camus, saca al hombre de su soledad, y del sufrimiento absurdo. Obando, de manera visible, bendice la legalidad orteguista usurpadora de derechos, y abraza, así, la degradación estéril, con la indiferencia de la metafísica religiosa que sirve de pilar ideológico al cursi modelo orteguista.
No obstante, la historia revela inexorablemente el verdadero rostro de los personajes que ahora deforman la realidad, para desenfocar el juicio sobre los obscenos privilegios del poder absoluto. De modo, que todo el aparataje distorsionante adquiere, con el tiempo, su verdadera dimensión de extravagancia ridícula. La coreografía caprichosa de las arboledas de latón, levantadas desde el centro de Managua, a orillas del lago Xolotlán, para enfilar sus ramas retorcidas hacia todas las salidas de la capital, congestionando obsesivamente el paisaje con una herrumbre multicolor, visualmente estúpida, hace parte de la escenografía trastornada de un régimen absurdo, que también construye —a contrapelo de la razón— próceres-reaccionarios, selectos entre sus cómplices ideológicos.
Esta chocarrería supersticiosa, cargada desde el vértice del poder con un temeroso simbolismo esotérico, le da a esta dictadura populista un aire de farsa pueril, que no tenía el somocismo en su brutalidad militar a plena luz. La tragedia de entonces se justificaba a sí misma apelando al heroísmo rebelde. Ahora, se repite como tragicomedia, y apela al servilismo envilecido.
Un prócer es, en sentido contrario, un rebelde, que con un ariete entre los brazos derriba las murallas ideológicas del poder reaccionario que se opone al paso de la historia. Básicamente, actúa en la etapa progresiva de reafirmación de la nacionalidad incipiente, sobre las bases objetivas de un sistema capitalista en ciernes.
La ideología clerical de Obando no tiene un ápice de contenido progresista. Ni su actuación, a lo largo de los últimos cincuenta años, guarda relación alguna con un programa de conquistas democráticas, de carácter social. Menos aún, en los últimos quince años, que ha actuado desvergonzadamente al lado del absolutismo y de la corrupción de Ortega.
En la época moderna, además, no hay próceres. No porque no haya sociedades reaccionarias, estancadas en el subdesarrollo, como la nuestra, que deban ser superadas formalmente, sino, porque estratégicamente no hay ya soluciones nacionales. En esta crisis recesiva insostenible para el sistema capitalista, se requiere una racionalidad científica que adelante las fuerzas productivas planificadamente a nivel mundial, en función del ser humano y en armonía con la naturaleza.
Obando, creyéndose prócer del mundo sobrenatural, se aviene a figurar como prócer, también, del absurdo mundo orteguista.
El autor es ingeniero eléctrico