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Deadpool

Deadpool es el antihéroe insignia del “universo Marvel”. Tiene carta blanca para burlarse del sistema que le da origen. Wade Wilson (Ryan Reynolds) apareció por primera vez en X Men Origins: Wolverine (2009), pero no tiene que recordarlo para procesar esta película.

Deadpool es el antihéroe insignia del “universo Marvel”. Tiene carta blanca para burlarse del sistema que le da origen. Wade Wilson (Ryan Reynolds) apareció por primera vez en X Men Origins: Wolverine (2009), pero no tiene que recordarlo para procesar esta película. Es su propia historia de origen. El exmercenario se gana la vida como matón de bajo presupuesto. Se enamora de Vanessa (Morena Baccarin) y juntos viven un intenso romance. Al menos hasta que un cáncer agresivo lo manda a la guarida de una misteriosa organización que promete curarlo, y de paso, dotarlo de superpoderes. Suena demasiado bueno para ser cierto.

Siempre lo es. Las torturas aplicadas por Ajax (Ed Skrein) y Angel Dust (Gina Carano) lo dejan con la piel destrozada y milagrosos poderes de curación para el resto del cuerpo. Le vendrán bien a la hora de vengarse. La película recurre a múltiples trucos narrativos para separarse de sus pares: saltos temporales al pasado y al futuro; explícitas rupturas de la “cuarta pared”, con el protagonista interpelando directamente a la audiencia, menoscabando las convenciones y clichés del género. El primer tercio, en particular, baraja los tiempos con abandono. Pero esta es una maniobra de distracción. En el fondo, Deadpool es una película de superhéroes tan convencional como los filmes de los cuales se burla.

Su idea de madurez es bastante… infantil. La violencia y sexualidad que el director Tim Miller retrata con cariño existe implícita en todos los productos de Marvel. Simplemente suelen editar alrededor de los momentos crudos o mover la cámara para disimularla. La misión real de estas producciones es ganar la calificación PG-13, la que permite que los menores de edad vayan al cine sin supervisión de un adulto en EE.UU. El estudio puede arriesgarse a distribuir una película calificada “R” (restringida para menores de 17 años), porque con un presupuesto de 58 millones de dólares es relativamente barata. El riesgo es bajo y la recompensa puede ser una nueva franquicia.

Si Deadpool se arriesga, es en lo rebuscado de algunos de los chistes que dispensa a quemarropa. Son referencias dispersas durante décadas, entroncadas en la cultura popular norteamericana. No sé cuántos se reirán con el monedero con la imagen de Bernadette Peters, pero apuesto que no seremos muchos. Si eso lo desconcierta, no se preocupe. Inmediatamente caen más chistes, uno detrás de otro. La necesidad de mantenerse accesible para el público joven se pone en manifiesto con cierta desesperación. Las dos veces que Deadpool remarca sobre el parecido entre la mutante adolescente Negasonic Teenage Warhead (Brianna Hildebrand) y la cantante irlandesa Sinead O’Connor tiene que lanzar una o dos líneas extras de contexto. Es prueba de que la película debe entretener a los espectadores que no habían nacido cuando su “cover” de Nothing compares 2U ocupaba el lugar número 1 en la lista de Billboard (1990, si se lo estaban preguntando).

La dominación de Marvel sobre la taquilla es tal, que una sátira de esta calaña resulta, más que oportuna, tardía. Sin embargo, mentiría si les dijera que no me divertí. Mientras los esperpentos de superhéroes se vuelven cada vez más inflamados de importancia y extensos de metraje, Deadpool ejecuta su trabajo sucio con rapidez y ligereza. Es como Tony Stark, pero sin la insoportable egomanía. La insolencia natural de Reynolds le cae como guante al personaje y le confiere una humanidad reconocible. Su voz es particularmente importante, pues Deadpool pasa enmascarado buena parte del tiempo. Mientras las otras franquicias se vuelven tarea, Deadpool se siente como una escapada de la escuela.

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