Ocurrió días antes de la Navidad, cuando los españoles ya casi se comían el turrón, y aún pendientes de la celebración familiar, acudieron sin falta a la llamada de las urnas. Unos votaron entre quejas, otros abrigaban grandes esperanzas de cambio, algunos prefirieron seguir con lo conocido y también los hubo que andaban despistados por la ascensión de nuevos partidos. Días antes de aquel 20 de diciembre los españoles pudieron ver a sus líderes reunidos en los dos últimos debates televisivos antes de las elecciones, que fueron como un augurio de lo que iba a pasar.
En un debate, a pesar de estar convocadas las cuatro fuerzas políticas principales (PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos), el primero no acudió. No van todos a una, parece que fue el mensaje que nos daban, ahora más que confirmado por los últimos acontecimientos. Pero la gota que colmó el vaso fue el último y agrio debate entre PSOE y PP, las fuerzas hegemónicas por antonomasia y principales bastiones, hasta hace poco, del electorado. Viendo a los dos líderes encrespados en una ardua batalla de palabras, uno podía imaginarse el clima de falta de entendimiento que ahora sí ya es una realidad. Así las cosas el resultado electoral no sorprendió.
Por primera vez en la historia de la democracia española, cuatro fuerzas políticas, y no dos, tienen la capacidad de influir en el futuro del país. ¿Cuál iba a ser la fórmula ganadora? ¿Quién será investido presidente? Entonces llegaron las vacaciones navideñas, las fiestas anestesiantes, el champán y las uvas de fin de año. España entró en 2016 pendiente de formar gobierno. Casi dos meses después, ronda tras ronda de entrevistas con el Rey, declaración tras declaración, seguimos en las mismas. No hay acuerdos ni consenso. No hay manera.
Europa nos mira de reojo, el Fondo Monetario Internacional también y la corrupción sigue salpicando al partido del gobierno en funciones (PP). El líder del PSOE tiene a parte de su militancia descontenta y su carrera política puede despeñarse si no logra la investidura que ahora está en sus manos. Podemos ha ganado en año y medio la suficiente fuerza electoral para sentirse en la cima y no querer bajarse. Ciudadanos es consciente de que no tiene mucho poder de decisión por ser el menos votado de los cuatro partidos, pero sabe que puede ser un eslabón necesario para el pacto.
Los españoles asisten expectantes a un continuo ir y venir de información política que les mantiene en ascuas. De repente puede darse una rueda de prensa, un ministro opina o interfiere, el Rey propone a un candidato para investidura, luego a otro tras la negación del primero; analistas políticos hacen cábalas y periodistas comentan. Mientras tanto, los líderes de los cuatro partidos PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos, en cuyas manos está el llegar a un acuerdo de gobierno, se contradicen, se desprecian, se ríen y acuden a celebraciones culturales juntos, se envían mensajes por twitter o se llaman por teléfono, se cierran en banda para negociar con unos, esperan a que el otro dé un paso, se amagan tras una declaración.
Todos ellos parecen estar guardándose ases en la manga a la espera de los acontecimientos, como en un juego donde mucho se puede perder. Saco ficha, avanzo. Paro, espero, ataco al contrincante. Me escondo. Pero lo que está en juego es un gobierno. ¿Piensan en la ciudadanía que les ha pedido con su voto diálogo y pluralidad? ¿Quieren llegar al poder a toda costa? ¿Dónde está el buen liderazgo? Aunque se logre el pacto, nada augura un gobierno estable y unas nuevas elecciones pasarán factura a los partidos y a una ciudadanía cada día más cansada de sus políticos.
La autora es periodista.