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Uriel Pineda Quintero

Democracias y dictaduras políticas

Han transcurrido 26 años del triunfo electoral de doña Violeta Barrios de Chamorro, lo que marcó el fin de más de una década de guerra civil y el inicio de la vida en democracia en Nicaragua. Sin embargo, hemos sufrido una sensible regresión democrática que llega a cuestionarnos si vivimos en una dictadura, un tema que vale la pena analizar más allá de la retórica política.

Los detractores del régimen, constantemente aluden a la inexistente institucionalidad y alta concentración de poder para asegurar que vivimos en un régimen dictatorial. Por su parte, los seguidores o beneficiarios del régimen, rebaten el argumento y contrastan la situación actual con los crímenes de la Guardia Nacional para afirmar que no existe una dictadura. Desde mi punto de vista, en el debate existen verdades a medias, pero resulta pertinente precisar algunos ejes de reflexión para trascender a la mera retórica y caracterizar en su justa dimensión al régimen de Daniel Ortega.

En primer lugar, una democracia tiene elementos esenciales que la caracterizan, tal y como puede ser observado en la Declaración Universal sobre Democracia. Entre esos elementos característicos encontramos: una institucionalidad estructurada y funcional; ejercicio de gobierno basado en el Estado de Derecho; elecciones de representantes en condiciones de igualdad, apertura, transparencia y que estimule la competencia; garantizar el pleno goce de los derechos humanos; rendición de cuentas; libertad de expresión; administración de justicia imparcial, independiente y eficaz para garantizar el Estado de Derecho; procurar la participación ciudadana de la sociedad civil en su conjunto; el deber de las instituciones de defender y proteger la diversidad, el pluralismo y el derecho a ser diferente en un clima de tolerancia; y el deber de impulsar la descentralización como un derecho y una necesidad entre otras.

En segundo lugar, es falso que la represión sea el único elemento característico de una dictadura, ya que existe un régimen denominado dictaduras políticas que hacen tomar distancia a un país de la vida en democracia. Este concepto nace durante el régimen nazi y se caracteriza entre otras cosas por: no ser incompatible con los procesos electorales; los elementos de cohesión nacional se basan en conceptos abstractos como el partido o la revolución; existe una alta concentración del poder en una persona; se enaltecen los logros o proyectos gubernamentales (“el supremo sueño de Bolívar” o “el gran canal interoceánico”); se considera enemigos a los opositores o detractores del régimen; existe una escasa rendición de cuentas; no hay libre acceso a la información y no se toleran las críticas al gobierno; existe una propaganda permanente y abrumadora que imposibilita la equidad en las contiendas electorales; y suelen tener transiciones desordenadas por el vacío de poder que dejan sus líderes.

Precisar los elementos característicos de una democracia y una dictadura política, y contrastarlos con los hechos que ocurren en nuestro país, nos hace llegar a una conclusión objetivamente aceptada, no vivimos en una democracia. La realización formal de elecciones sin posibilidad de verificar los resultados no convierte a un régimen político en democrático, así como tampoco es necesaria la comisión de crímenes de lesa humanidad para que un régimen político se convierta en una dictadura.

La sociedad es dinámica y la represión dictatorial de hoy es violencia simbólica o asimilada, ya que al protestar no hay miedo a la represión policial, sino a las fuerzas de choque oficialista que operan impunemente o a las represalias que habrá por parte del régimen.

Que empecemos a contar bien los votos nos acercará más a la vida en democracia, sin embargo, esta solo será sostenible en la medida en que se fortalezca la institucionalidad democrática y adoptemos a los derechos humanos como hilo conductor del perfeccionamiento permanente de nuestra vida en democracia.

El autor es maestro en Derechos Humanos.

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