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Mirna Valverde. LA PRENSA/URIEL MOLINA

Adiós a Fernando Cardenal

Trató siempre de aplicar su visión de lo que debía ser un sacerdote católico, practicando la humildad y el amor al prójimo por sobre todas las cosas. Ayudaba con recursos económicos a los menos favorecidos, pero abnegados trabajadores del ministerio que dirigía.

Tuve el honor de formar parte del equipo de trabajo de Fernando Cardenal Martínez, en los años 80, cuando ocupó el cargo de Ministro de Educación además de desempeñar la responsabilidad de coordinador general de la Cruzada Nacional de Alfabetización.

Trató siempre de aplicar su visión de lo que debía ser un sacerdote católico, practicando la humildad y el amor al prójimo por sobre todas las cosas. Ayudaba con recursos económicos a los menos favorecidos, pero abnegados trabajadores del ministerio que dirigía. Sencillo en el vestir y en la comida, no hacia ostentación por haber nacido en una familia acomodada y haber disfrutado de una educación privilegiada que le permitió darse cuenta de las gigantescas brechas que colocan la riqueza en manos de unos cuantos y de las masas explotadas que luchan por conseguir, aunque sea, una comida al día.

Fui testigo de la manera cómo se desprendía del salario que le correspondía por el cargo que ocupaba, creando un fondo rotativo al que tenían derecho en forma de préstamo, sus colaboradores más cercanos.

En múltiples ocasiones me sorprendía su llamada en día sábado preguntando si mis hijos estaban bien o si tenía alguna necesidad urgente que resolver y carecía de recursos para solucionarlo de inmediato. Se preocupaba que tuviéramos transporte asegurado para regresar a casa al final de la jornada.

Era el primero en llegar y el último en salir de la oficina. Soñaba que algún día todos los nicaragüenses supieran leer y escribir y convirtió el reto de la Cruzada Nacional de Alfabetización en una meta personal en la cual se involucró a tiempo completo.

Lo acompañé en las visitas que realizó a los brigadistas para levantarles el ánimo y felicitarlos cuando las escuadras declaraban “territorio libre de ignorancia” a una remota comunidad. Sus pequeños ojos azules reflejaban alegría al comprobar que un campesino había aprendido a leer, fueron múltiples sus enseñanzas sobre el compartir lo que tuvieras con otro hermano que no tenía nada.

Cuando regresó de su retiro voluntario, en un convento salvadoreño, donde se recluyó por dos años, causó una profunda impresión en mi ánimo, el verlo con su vestimenta sacerdotal oficiando una misa de Acción de Gracias en la capilla de la UCA y no tuve valor de llamarlo “Fernando” con la familiaridad que había acostumbrado. Espontáneamente lo llamé, “Padre”. Me dio un fuerte abrazo y con su eterna humildad me agradeció el haber llegado al principio de lo que él llamó “su retorno a la comunidad cristiana”.

Jovial y simpático compartió con todos los presentes con la alegría de costumbre y comprendí que Fernando no volvería a incursionar en política partidaria por motivos que siempre se reservó.

Todos sus “muchachos” como cariñosamente llamó siempre a sus colaboradores más cercanos, nos dispersamos y lloraremos su partida porque él no tiene sustituto.

Cultura cafecito bohemio Fernando Cardenal archivo

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