La Selección Nacional de futbol dejó de ser un grupo de muchachos que corrían con desesperación, aunque sin rumbo ni dirección, tras un balón, para convertirse en un plantel con un orden táctico y sobre todo, con pretensiones de escapar del anonimato y lo anecdótico.
El proceso no ha sido fácil y probablemente no ha ido al ritmo que deseamos. Pero es que no es sencillo cambiar hábitos que arrastramos por décadas, en un par de años. Lo esencial es ir en la dirección correcta y el futuro se encargará de situar todo en el lugar que corresponde.
Aun cuando a menudo se le mencione con ironía y se haya desestimado su paso, la tropa nica logró avances importantes con Enrique Llena. Mejoró su dominio del balón y empezó a mirar más hacia la portería contraria, que a la suya. El problema es que no ganó y eso lo sacó del equipo.
En cambio con Henry Duarte, la selección pasó de tener la intención de atacar, a hacerlo, con despliegues rápidos, generando peligro constantemente, mientras se apropiaba de un estilo y dejaba de verse a sí misma con un sentido lastimero y conformista.
Pero sigue siendo mucho más lo que queda por hacer, que lo que se ha hecho. Los muchachos tienen poco volumen de futbol, que resisten peleando una hora, pero luego bajan la intensidad de juego. Pasó con Jamaica y ahora con El Salvador. Ya al final se han ido los éxitos.
Hay que revisar si el proceso de preparación en la Selección tiene continuidad en los equipos. Se debe garantizar mejores condiciones para los jugadores y continuar trabajando el aspecto mental, para que pasemos de victorias morales, a victorias reales dentro del contexto más próximo a nosotros.