Los nicaragüenses residentes en la Florida, Estados Unidos, que tienen derecho a votar en las elecciones de ese país, no figuran entre los principales grupos de votantes de origen latinoamericano. Sin embargo, el tema de Nicaragua se cuela de alguna manera en el debate presidencial.
De acuerdo con una investigación del Centro de Estudios Latinoamericanos, Caribeños y Latinos, de la Universidad de la Ciudad de Nueva York, realizado en asociación con CNN en Español, en 2014 los nicaragüenses constituían el 3.5 de la población hispana de la Florida y el 3.4 por ciento de su electorado. Esto es el sexto lugar en las minorías hispánicas en dicho estado, detrás de los dominicanos, los colombianos, los mexicanos, los puertorriqueños y los cubanos, que ocupan el primer lugar.
Pero la colonia nicaragüense tiene mucha presencia sobre todo en el sur de la Florida y los representantes de ese estado en el Congreso de EE.UU., de ambos partidos, se interesan regularmente por Nicaragua. De manera que no fue casual que se mencionara a Nicaragua en el debate que los precandidatos presidenciales demócratas, Hillary Clinton y Bernie Sanders, sostuvieron el miércoles de esta semana en Miami.
Bernie Sanders, rival de la señora Clinton en la lucha por la nominación presidencial demócrata, señaló que la política del expresidente republicano Ronald Reagan en Nicaragua había generado un sentimiento antiestadounidense. Se refería a la hostilidad del gobierno de Reagan hacia el régimen sandinista y su apoyo a la contrarrevolución. Pero Sanders no dijo toda la verdad. Es cierto que la política de Reagan hacia Nicaragua provocó un fuerte sentimiento antiestadounidense entre los partidarios sandinistas, que sin duda eran muchos. Pero también generó un gran sentimiento de simpatía hacia EE.UU. entre todos los nicaragüenses que repudiaban la dictadura sandinista, que también eran muchos.
Seguramente el Gobierno de EE.UU. y el presidente Reagan en lo personal no habrían intervenido en los asuntos de Nicaragua, si la comandancia sandinista hubiera convocado a elecciones libres y transparentes inmediatamente después del derrocamiento de la dictadura somocista —como se comprometió en los acuerdos previos a la toma del poder— en vez de imponer una nueva dictadura.
Tampoco se hubiera producido la intromisión estadounidense en los asuntos de Nicaragua, si la dirigencia sandinista no hubiera apoyado militarmente a las guerrillas comunistas de El Salvador y tratado de exportar su revolución a toda Centroamérica. Del mismo modo EE.UU. no se habría involucrado contra el régimen sandinista, si este no hubiera sustituido la dependencia del país hacia EE.UU. con la subordinación a la Unión Soviética y Cuba; y si no hubiera colocado a Nicaragua como un eje de la Guerra Fría de las grandes potencias que en aquella época se disputaban la hegemonía mundial.
Las cosas hay que decirlas como son y la historia se debe contar como realmente fue. Si los sandinistas hubieran establecido la democracia a partir de 1979, en vez de una nueva dictadura, mucha sangre de hermanos no se hubiera seguido derramando; las intervenciones extranjeras (estadounidense y soviética) se habrían evitado, Nicaragua no habría retrocedido tanto y no estuviéramos ahora anhelando otra vez la democracia y luchando para que Nicaragua vuelva a ser República.
Esa es la realidad histórica.