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Justo Pastor Ramos

El volcán Masaya

Entre la razón y la fe cristiana, Nindirí tan lejano como el tiempo recuerda con sentido espíritu religioso este 16 de marzo, uno de los sucesos de su historia, sino el más violento, el más dramático y triste, cuyas huellas han quedado eternizadas en la presencia de una gigantesca colada de lava petrificada que desciende desde la cima del volcán Santiago y se extiende por una planicie que corre por el norte hacia Managua como sobre el cuerpo de la legendaria Laguna de Lenderí por oriente.

Llamado este viejo volcán Popogatepe por los antiguos aborígenes (Monte o sierra que arde) palabra homónima del volcán del Valle de México, ha sido en la marcha del tiempo un enigmático coloso envuelto muy lejanamente en una excitante historia de cuentos y leyendas misteriosas las que le vuelven tanto o más, como el grandioso Machu Picchu (Montaña vieja, en lengua quechua) considerado siempre por los mismos aborígenes como el dios volcán le rendían tributo de adoración, así como sacrificios humanos con el fin de recibir favores; sacrificios que consistían primordialmente en ofrendar niños y doncellas que le eran arrojadas al fondo del candente cráter.

Cuenta la narrativa oral que se enfurecía cuando no era satisfecho por sus adoradores, razón por la que el 16 de marzo de 1772 se desbordaría furioso en una tórrida erupción que extermina en gran parte vida y hacienda de la vieja estirpe cuyas generaciones hoy a 244 años, lo recuerdan con actos religiosos y rogativas piadosas; en tanto los medios de comunicación social hablados y escritos de nuestro país, vislumbran con sus informaciones un nuevo estado de actividades que pone de manifiesto en el ánimo de esta población el temor y la pesadumbre, máxime esta vez cuando otros volcanes que conforman la cadena volcánica que desde el Cosigüina hasta el Madera se extiende paralela a la costa del Pacífico se han activado de manera conjunta.

Como es bien conocido por especialistas en la materia, el volcán Masaya a lo largo de su historia ha experimentado grandes actividades diseminadas por periodos cíclicos; contexto en el que se da la erupción de 1772, ciertamente trágica por los efectos que causan los gases anhídrido sulfuroso y el ácido clorhídrico como el magma derretido que se derrama calcinando poblados y haciendas que se encuentran dentro del área afectada. Sin embargo irónicamente luego de lo acontecido el volcán Masaya es un fenómeno geográfico cual la vértebra de un dios volcánico, representando un espectacular elemento para la ciencia y la educación, tanto como si hubiera sido diseñado para tal fin por la imaginación natural de un arquitecto inspirado en la ley de lo inexplicable.

Bajo estas consideraciones seguramente el Gobierno central por Decreto N° 1499 del año de 1979 lo declara: “Área Natural y Escénica con fines científico, educativos, recreativos y turísticos, tiempo desde el cual es impulsado como el Parque Nacional Volcán Masaya (PNVM), siendo pioneros de ello el doctor Jaime Incer Barquero y el ingeniero Claudio Gutiérrez Huete, de grata memoria.

Finalmente el volcán Masaya hoy Parque Nacional es un complejo de alturas integradas por unos siete conos, cada uno con un caudal de elementos naturales manifestando la importancia histórica y cultural de este; mas, toda una comunidad biótica que en comunión con la flora y la fauna, propia del bosque caducifolio se conjuga con el sacuanjoche (de los mayas flor divina), con las orquídeas monocotiledóneas que separadas en extraños y bellos colores crecen en las copas de los árboles meciendo sus barbas de flecos o largos gallardetes caídos con bella naturaleza constituyendo una experiencia inolvidable que queda grabada en la memoria como nacida de la fantasía de los cuentos que se deletrean en lo recóndito de lo desconocido.

El autor es historiador.

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