La grave crisis en la que se encuentra Brasil, sobre todo por la gran corrupción en el actual gobierno de Dilma Rousseff, y en el anterior de Lula da Silva, ha puesto en el centro de la atención pública latinoamericana la relación entre izquierda y corrupción.
El de Brasil no es el primer gobierno izquierdista que se enreda en la corrupción. Sin embargo, por la gigantesca dimensión de ese país y el liderazgo en la izquierda regional que Lula ha ejercido desde hace muchos años, la crisis brasileña está sacudiendo fuertemente a todo el izquierdismo latinoamericano.
El movimiento regional de partidos de izquierda denominado Coordinación Socialista Latinoamericana (CSL), se reunió a principios de marzo en Río de Janeiro. Allí se aprobó un informe en el cual se dice que “la corrupción se abre paso en los gobiernos de izquierda” y que es necesario establecer “controles democráticos fundados en la legalidad, la justicia y la transparencia”.
“Se suponía que la izquierda no caería en la corrupción —dice el documento de la Coordinación Socialista Latinoamericana—, por principios y porque el costo sería mucho más caro que para las derechas. Sin embargo lo que no podía pasar sucedió y no como algún hecho aislado o secundario. Generó graves problemas, crisis políticas y pérdidas de confianza. Podemos seguir ocultando el tema hasta que nos explote de manera incontrolable o enfrentarlo, analizarlo, combatirlo y derrotarlo. La CSL elige la segunda opción”, proclama el documento.
Cabe mencionar que en el informe socialista sobre la corrupción en la izquierda se señala que “un final de gobierno generó que aquellos que habían luchado por la victoria no tuvieron el mismo desprendimiento para soltar sus bienes expropiados al enemigo. Luego no faltó el nepotismo donde parientes, esposas o hijos se beneficiaron de las cercanías al poder”. Aunque no lo dice explícitamente, es obvio que se refiere al caso de Nicaragua, donde el Frente Sandinista después de perder las elecciones de 1990 y entregar el gobierno, en vez de soltar los bienes y riquezas que había confiscado durante la revolución realizó una gran “piñata sandinista” de bienes ajenos, que “transformó formas y maneras de vida a velocidades supersónicas”. Aunque es justo reconocer que también hubo sandinistas que salieron del poder igual de pobres que como entraron y renunciaron a su partido por la vergonzosa piñata sandinista.
Lo que está muy claro es que no es cierto que los gobiernos de izquierda son moralmente superiores a los de derecha. En realidad la honestidad es una conducta personal y la corrupción no es un problema de clase, ni de ideología o militancia política, sino un defecto de la naturaleza humana. Tanto los partidos de izquierda como los de la derecha cometen corrupción cuando están en el poder y lo que procede es montar mecanismos eficientes de control, para prevenirla, perseguirla y castigarla.
Es que “el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”, como lo advirtió sabiamente Lord Acton, historiador y político británico del siglo XIX .