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Humberto Belli Pereira

Nos falta la piedra angular

Nicaragua no puede mejorar significativamente si no mejora su educación. Y esta no puede mejorar si no se mejoran sus maestros. Buenos textos, computadoras, aulas cómodas, ayudas audio-visuales, currículos excelentes, y otros elementos más, son importantes en el sistema educativo. Pero nada es más importante que contar con buenos maestros.

Con todo y los cambios tecnológicos que han sacudido al mundo, el docente continúa y continuará siendo la pieza decisiva e insustituible en la formación de cada generación. Un buen maestro no solo transmite conocimientos, sino que enseña a pensar, a diferenciar lo falso de lo verdadero, a elegir, a resolver problemas. Un buen maestro no solo capacita a sus alumnos a despejar ecuaciones o expresarse bien, sino que fomenta la curiosidad y el amor por el saber.

Fundamentalmente, un buen maestro es el capaz de hacer de sus alumnos mejores personas; aquel que con su ejemplo y palabra enseña virtudes básicas de la convivencia social, como el respeto, la perseverancia, la diligencia, la honestidad, etc. Un buen maestro es, también, el que sabe personalizar la enseñanza; el que trata a sus alumnos como personas distintas y únicas, adaptando su discurso o métodos a sus necesidades y competencias peculiares. El buen maestro es capaz de percibir el diamante oculto bajo la capa de carbón; el que logra que sus pupilos descubran y desarrollen sus potenciales.

Son dichosos quienes han tenido la buena fortuna de toparse en su camino con buenos maestros; ellos han sido tantas veces decisivos en cambiar vidas, abrir horizontes nuevos, enderezar a los torcidos y levantar los caídos. Dichosa es la nación donde abundan los buenos maestros. Será bendecida con una cosecha abundante de hombres y mujeres productivos y buenos.

De aquí que sea tan crucial para cualquier país, mejorar su fuerza magisterial. Hacerlo es una de las inversiones más rentables; en lo social, económico, político; es el mejor antídoto de la pobreza y la desigualdad. Nada puede ser mejor que contar con una ciudadanía bien formada. El recurso más valioso en la sociedad moderna, decía san Juan Pablo II, ya no es la posesión de tierras fértiles o riquezas naturales, sino el recurso humano. El ser humano bien educado, es la clave de la productividad y felicidad de las naciones.

Tras estas reflexiones es pertinente preguntarnos cómo es actualmente la calidad de nuestros docentes. La repuesta es tristemente obvia: tenemos un grupo de docentes dedicados, poseedores de mística, valores y destrezas, pero son minoría. El resto padece deficiencias casi inimaginables; docentes desmotivados que no saben escribir, que escasamente transmiten conocimientos, que no enseñan a pensar, sino a repetir como loros, y que no son fuente de inspiración o valores para sus alumnos. Si la educación nicaragüense está catalogada entre las diez más deficientes del mundo, es porque nuestros docentes están entre los diez más deficientes del mundo. Esta es una realidad que no debe camuflarse ni minimizarse. Es gravísima; condena a nuestros jóvenes a la mediocridad y es un serio freno al desarrollo pleno del país.

Las causas del problema son múltiples. Entre ellas destacan la pobreza de Nicaragua —producto a su vez de su inestabilidad política— la masificación de la enseñanza, los bajos salarios, la rigidez de los sistemas, y leyes que minan el afán de superarse. Soluciones las hay. Es posible mejorar nuestros docentes y sacar a nuestros jóvenes del actual sótano educativo. Pero ello requiere medidas audaces y radicales que muchas veces los políticos temen adoptar. Examinaremos algunas de ellas en las próximas entregas.

El autor fue ministro de Educación en el gobierno de doña Violeta.
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