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Fernando Bárcenas

Respuesta de Fidel a Obama

Obama pronunció en La Habana un discurso diplomático, extremadamente ligero y, por lo mismo, provocador, en un país agredido durante sesenta años por los Estados Unidos (EE.UU.), con un bloqueo que ha resultado en extremo penoso para el pueblo cubano, que ha resistido con estoicismo la escasez de los bienes más esenciales.

Obama, en tono amistoso, hace cabriolas y saltos sobre la historia. Las manos que aún aprietan el cuello, ahora palmotean con ligereza las espaldas del pueblo cubano, en un abrazo entusiasta, hasta cierto punto, indecente, dadas las circunstancias.

En el curso de esas acrobacias y piruetas verbales, Obama anuncia que el grifo herméticamente cerrado, del cual se había extraviado la llave, ahora será abierto a chorro pleno, porque la estrategia norteamericana, como un péndulo errático, va de un extremo al otro. Ahora, Obama ofrece mercado para todos, y crea ilusiones comerciales a propósito de los cuentapropistas (trabajadores por cuenta propia).

Cuba resistió valientemente el bloqueo. Ahora, piensa Obama, le obligarán a adaptarse a la lógica corruptora del mercado. Darán un puntapié al tablero del bloqueo, y saltarán las fichas, inmóviles por cincuenta y cinco años en una guerra desgastante de trincheras.

Raúl Castro aún permanece silencioso ante ese discurso. Con el tablero anterior, sabía de memoria dónde estaba cada ficha. La desenvoltura de Obama le causa gracia. Hace la ola en el estadio a medida que Obama alza los brazos. Aplaude cuando Michelle y Obama aplauden, le palmea el hombro cuando Obama brinca como un niño si su equipo anota un hit.

No hay duda que Obama lleva el cargo de presidente como algo pasajero, que no le quita la sencillez del ciudadano común. Y ello, es agradable, aún para Castro. Sin embargo, es un engaño. El sistema de la potencia imperial es más fuerte que cualquier arrebato de su presidente. Toda contradicción, el engranaje la hace añicos. Tritura como papel todo lo que se oponga a la estrategia de dominación.

No obstante, en Cuba se levanta una ola rencorosa contra el discurso de Obama. Hay una reacción radical, una avalancha airada de la burocracia, que arrolla también a Raúl Castro por su silencio. El partido en el poder levanta el tablero, y pone cada ficha en su lugar. La guerra de trincheras continúa, aunque Raúl Castro parezca encandilado por el encantador de serpientes.

A las 10:29 de la noche, cinco días después, Fidel se pone al frente de la reacción burocrática (alarmada por la perspectiva de cambios), y escribe en Granma un artículo reconfortante para la burocracia, que titula El hermano Obama.

Esta intervención de Fidel, signo de la debilidad política de Raúl, es más grave aún que si Benedicto XVI saliera a opinar sobre los temas que aborda o calla Francisco. Si soslayamos las abundantes digresiones de Fidel, su artículo refiere esencialmente lo siguiente: Obama utiliza las palabras más almibaradas para expresar: Es hora ya de olvidarnos del pasado, miremos el futuro, mirémoslo juntos. Se supone —acota Fidel— que cada uno de nosotros corría el riesgo de un infarto al escuchar estas palabras del presidente de EE.UU.

Ironiza Fidel. Pero, no tiene una línea política para el futuro. Mientras urge una transferencia tecnológica y de know how a la sociedad cubana. Luego, agrega en abstracto: Nadie se haga la ilusión de que el pueblo de este noble y abnegado país renunciará a la gloria y los derechos y a la riqueza espiritual.

Lo importante es que Cuba renuncie al atraso, y avance hacia un desarrollo económico y humano. El socialismo se construye sobre bases productivas más elevadas. En cambio, Fidel prefiere la subjetividad voluntariosa: Advierto, además, que somos capaces de producir alimentos y las riquezas materiales que necesitamos con el esfuerzo y la inteligencia de nuestro pueblo. No necesitamos que el imperio nos regale nada.
Son frases sin sentido.

El aislamiento es una meta irracional. Lejos del socialismo como etapa económica superior. Fidel, que nunca ha sido un teórico, es excelente conductor cuando se requiere voluntad de combate, como en las guerras de independencia en África, pero, un estratega confuso cuando

prevalece la maniobra política: lo más difícil del arte de la guerra.

El autor es ingeniero eléctrico

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