Dos pasiones: la literatura y la política pusieron un marco dorado en el destino octogenario de Mario Vargas Llosa, maravillosamente consistente. Tuve el privilegio de conocerlo —mayor honor no cabe— de andar con él a pie en las calles de Managua cuando sus años estaban cargados de una mocedad contagiosa, de un afán de hacer de la extroversión la primavera latente.
Fue porque el doctor Virgilio Godoy, candidato a la Vicepresidencia de la República (la triunfadora de 1990) y presidente nacional del PLI, me dio la responsabilidad de atenderlo en el cumplimiento de las funciones de Relaciones Públicas que yo atendí en ese tiempo ante la que posteriormente fue la gloriosa y ejemplar unidad.
En esos tiempos, unos meses antes del 90 se concretó la entrevista personal con el doctor Virgilio Godoy en el modesto despacho de Ciudad Jardín en una de cuyas sillas debía ocupar espacio el tantas veces laureado escritor desde la cúspide del Nobel que en ese momento posiblemente no imaginaba.
Vargas Llosa en esos tiempos, en que tanto espacio tuvo Nicaragua en el mapa mundial, andaba cumpliendo la representatividad específica de corresponsal del Nueva York Times con tareas muy concretas de cubrir la situación política de Nicaragua. Brilló pues la luz investigadora y periodística consagrada a la espesa intelectualidad creativa que siempre supo cultivar. Vargas Llosa partió muy bien documentado con el bolso torrencial sobre el hombro lleno de Nicaragua, de los acaecimientos que la sacudían y tuvieron el mejor efecto en una época llena de riqueza histórica.
Qué mejor esta somera descripción dentro del cúmulo de 80 años cuyo reportaje debe prevalecer como un testimonio de la información que le dio a Nicaragua.
Grandes nombres de la política y de la cultura encienden ahora los cielos de la literatura en ocasión en que en coyuntura con los 80 años abriles acaba de presentar su obra: Cinco esquinas donde se juntaron una vez más las pasiones de su vida. Una muestra más de su irrebatible fecundidad.