Un ojo de agua viva,
de esos que hoy secamos entre todos,
un humilde amanecer
que irradia claridades por sobre la atonía,
la dulzura derramada que acaricia
– más allá de los versos-
como una leve brisa de ternura invasiva
a las mariposas de su jardín numeroso;
sus amigos.
Esa es ella hoy,
pero no olvidamos lo que fue aquel día
en que la Historia nos obligó a soñar,
en que se vio arrastrada a encarnar los anhelos
de una pléyade de hermanos de pelaje diverso
que la vimos como referente
y transversal modelo
de la tormenta inevitable: el hombre nuevo.
Y no hay contradicción; ella es mujer y es hombre,
es el ser humano de perfiles eternos.
Bajo sus alas nos cobijamos todos:
algunos, como yo, por egoísmo,
a ver si me alcanza el roce de su aliento,
otros, por devoción confesa
a los valores que la musa encarna,
y hasta los coyunturales adversarios
-que se hicieron pelota con sus ojos límpidos-
la miran con un aire de culpable respeto.
Ella es el alba que no tala bosques,
es el pino rectilíneo que apunta al firmamento
señalando un camino de esperanza
que recorreremos erguidos, al paso de su ejemplo.
Nunca habrá nombre mejor puesto
ni mujer más cabal, ni trino más certero.