Dado que no hubo carta pastoral de la Conferencia Episcopal, por desacuerdo político entre los obispos, el obispo de Granada hizo pública una carta pastoral personal, el pasado 23 de marzo, dirigida a quienes les sea de utilidad. En ella, hace una recopilación de los pasajes más importantes de los documentos emitidos por la iglesia de Nicaragua en los últimos seis años, en los cuales, expresan preocupación y alarma por el rumbo absolutista del gobierno de Ortega y por el deterioro de las condiciones de existencia de la población nicaragüense.
En su carta, el obispo Solórzano recuerda que las instituciones estatales han caído en hondas violaciones a la Constitución y a las leyes, y que se han convertido en instrumento del gobernante para transformar sus abusos y ambiciones en formas legalmente justificadas. Asimismo, señala que queda en entredicho el respeto a la voluntad del pueblo y la legitimidad de los procesos electorales, radicalmente vulnerados. Las reformas a la Constitución —añade el documento— están orientadas a favorecer la perpetuación de un poder absoluto, ejercido dinásticamente por una familia, en complicidad con la oligarquía económica. Los trabajadores del Estado, —continúa la pastoral— para conservar sus puestos de trabajo, son obligados a participar en actividades partidarias contrarias a su conciencia.
Probablemente, esa coherencia beligerante, reafirmada en esta pastoral, constituya un golpe certero de Solórzano al intento de desviar, contradictoriamente, los señalamientos hechos insistentemente por la iglesia, conduciéndolos ahora hacia una ambigüedad que buscaría coludirse con el régimen. No se puede negar que el desacuerdo de los obispos para emitir una carta pastoral conjunta, es un reflejo de la polarización política que se abre camino, también, en el seno de la iglesia, por razones que no son ni pastorales ni desinteresadas.
Por ello, creemos importante y valiente esta recopilación histórica, frente a los tentativos de capitulación ante el poder absoluto.
Si no han cambiado las condiciones objetivas de la realidad política, ¿qué ha variado de cuanto han señalado los obispos, para que ahora no haya acuerdo en el seno de la Conferencia Episcopal?
¿Qué ha variado, entonces, subjetivamente? Es decir, en la conciencia de cada obispo. El pueblo espera conocer esta lucha interior por el aprecio vivencial que le ha merecido el juicio independiente de los obispos. De pronto, en medio del desierto había un oasis lleno de verdor, donde el agua era limpia y clara, y a su orilla soplaba un viento refrescante. Ahora, por táctica política, este manantial se diluye como un espejismo.
Es evidente que algo sustancial ha corroído la capacidad de análisis de los obispos, que ha persuadido a la disidencia en sentido contrario a su visión histórica precedente.
Quizás, a la pastoral anterior habrá que agregar un nuevo juicio político, similar al que los obispos hicieron sobre los partidos de oposición, para describir lo que ocurre ahora en el propio seno de los obispos: ¡Incapaces, por razones políticas encontradas, de emitir una carta pastoral! La desunión, en cualquier institución independiente, es una plaga inoculada con cálculo mediante la compra de conciencias. Es, quizás, el método más triste con que se defiende la corrupción.
Sin embargo, no es una diferencia ideológica la que divide a los obispos (en el país, por desgracia, no hay posiciones políticas con contenido ideológico), ni una diferencia religiosa, sino, una diferencia táctica, que tiene que ver con cuotas tangibles de poder material, es decir, de poder personal.
Esta ruptura, del sigilo clamoroso, es un mérito verdaderamente apreciable de la honestidad intelectual del obispo Solórzano. Es un compromiso suyo, mucho más fuerte con la verdad, que con la diplomacia de conciliábulos, en un mundo de apariencias.
A partir de ahora, antes que imponer a marchas forzadas una unidad de criterios insustancial en un lenguaje neutro y oscuro (lo que significaría una victoria para la corriente progubernamental, interesada en desprestigiar a la iglesia), habrá que ejercer un debate democrático, público. Cada obispo deberá asumir una posición ética o inmoral, según su conciencia, respecto al momento político que pasa el país.
La única ética posible —se sabe— es la que defiende bajo una estrategia de nación los intereses de una población humillada por el absolutismo.
El autor es ingeniero eléctrico.