La alegoría de la caverna que Platón (427-347 a.C.) plasmó en La República, es una denuncia y propuesta revolucionaria —en el buen sentido de la palabra— que desde entonces hasta nuestros días invita a la reflexión y búsqueda de la libertad.
El relato trata sobre personas encadenadas desde su infancia en el interior de una caverna, de espaldas a la entrada, sin posibilidad de moverse, viendo únicamente las paredes del interior, en las que se proyectan sombras distorsionadas por el fuego de una hoguera, como objetos en manos de titiriteros.
Platón señalaba que si una de estas personas se liberaba de las cadenas, lograría ver la luz y la realidad, descubriendo que las imágenes en las sombras eran una percepción engañosa. Entonces explicaría a sus compañeros lo que había visto fuera de la caverna, pero estos se reirían de él, corriendo el riesgo de ser asesinado.
Diversas lecturas se hacen de este ejemplo. Si bien ha servido para debates filosóficos, necesidad de educación, críticas a fanatismos y más, tiene que ver con el ser humano desde todos los ángulos. Nacidos en dependencia e ignorancia, sujetos al entorno, divididos entre razón e imaginación. En este artículo empleo un enfoque comunicacional.
La discusión sobre libertad de decisión o meras respuestas a estímulos, es permanente. ¿Hasta dónde cada quien piensa u opta desde su independencia o impulsado por sombras externas o interiores? ¿Cuál es el impacto de la innovación tecnológica, consumo masivo y propaganda?
En estrategias de mercadeo y publicidad, comerciales y políticas, se evidencia el dilema ético entre influencia y manipulación. La línea divisoria es fina y grande la tentación de cruzarla. Las influencias son legítimas en tanto no recurren a falsedades y respetan la libertad de las personas. La manipulación, en cambio, echará mano de todos los recursos, incluidos los sicológicos, para lograr respuestas deseadas.
Penetrar la mente del público para promover comportamientos es el propósito de las campañas de comunicación. Al componerse este por grupos, con uno o más factores relacionados por edad, escolaridad, sexo, creencias y preferencias, ingresos, inclinación política, lugar de residencia… les resulta esencial encontrar el común denominador y/o elaborar un abanico de mensajes, conociendo cómo piensan, viven, a qué temen y aspiran.
Las debilidades y fortalezas son analizadas para aprovecharlas o ablandarlas. Tras cada anuncio o mensaje, un equipo ha estudiado los receptores, e implementa una estrategia con objetivos claros y medibles, apelando a la razón o las emociones.
Nuestros tiempos se caracterizan por generar estados de ánimo y opinión. De ahí que el oficialismo adquiera o controle medios de comunicación, directa o indirectamente, y avance su particular narrativa, fantasías y espantos incluidos.
Si en la época de Platón una hoguera proyectaba distorsiones, hoy son videos, canciones, redes sociales, entrevistas, rótulos, marchas, celebraciones, altares, arbolatas, conciertos, beneficios y prebendas, prédica religioso-partidaria, datos dudosos, magia y mitos, obras anunciadas y abandonadas, meteoritos, lanzamiento de satélites, decretos para salir de pobres, canal interoceánico y más.
Sin embargo, a pesar de vivir atareado con máscara de Güegüense por la diaria sobrevivencia, la mayoría de nicaragüenses sabe discernir y romper cadenas. En 1989, soportando el peso del aparataje estatal, afirmó su voluntad en un ambiente mucho más adverso que el actual. Bastaron elecciones honestas.
En realidad, este es un moderno juego de sombras que hubiera fascinado a Platón. En Nicaragua los ciudadanos proyectan figuras en las paredes del autoritarismo, encadenado por avaricia en su propia caverna. Y lo asustan. ¿Acaso no es por eso que fomenta confusión, desánimos y controla con mano de hierro el proceso electoral?