México y Nicaragua, sus frutos musicales —fuentes del encanto— se presentaron en aquel recital de piano.
La música mostró el rostro de los valores de ayer y de hoy. Nicaragua con Luis Abraham Delgadillo en la interpretación de dos breves preludios puestos en el ejercicio naciente del recién estrenado egresado del Conservatorio de la Upoli, Francisco Meneses, y de otra rama del árbol tropical Rubén Zapata Ramírez con alas para volar sobre los cielos románticos de Chopin.
Luego el Salón de Cristales del Teatro Nacional Rubén Darío había de multiplicar los brillos que le correspondían al presentarse, fina y delgada, exquisita en su sensibilidad, robusta y magistral en el piano: María Antonieta Tello.
Pianista, orgullo de México no porque haya justificado tantas medallas en el porte exterior sino por lo que luce en la generosidad interior desde donde ha producido las enseñanzas —didáctica y formativa ella— en favor de las nuevas generaciones de las que supo dejar constancia.
María Antonieta de memoria devoró los apasionados compases (La Appassionata) de Beethoven, auxiliada en el resto del trayecto por los signos para leerse de las obras de piano de los compositores latinoamericanos.
Concierto y estudio del mejicano Alexis Aranda y sonata en tres movimientos dinámicos del costarricense Marvin Camacho.
Anotada la pulcritud en la ejecución, la digitación como pedestal supremo de sus habilidades.
Lo que más impresionó fue la personalidad altruista poco común en los temperamentos concertinos, las enseñanzas recibidas en el corto trayecto de su visita, puente en la comunicación a través de la conferencia, de la puesta pertinente en el ensayo, del acto de compartir en la función fraterna con los nuevos valores.