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Humberto Belli Pereira

Déficit educativo y la testosterona

Gastamos muy poco en educación y lo que gastamos lo gastamos mal. Nicaragua no solo necesita duplicar su presupuesto educativo, sino distribuirlo y gastarlo mejor. Hacerlo exige voluntad política y otra cosa.

En términos absolutos gastamos considerablemente menos que nuestros vecinos. Costa Rica, por ejemplo, paga a sus maestros de primaria 1,500 dólares mensuales. Nicaragua, menos de 250.

Podríamos decir, con cierta justicia, que eso se debe a que la economía tica es cinco veces mayor que la nuestra. Pero el problema es que también gastamos menos en términos relativos: nuestro porcentaje del ingreso nacional (PIB) dedicado a educar es la mitad del costarricense (3 vs. 6 por ciento). En un ranking de dicho porcentaje en 194 países (Banco Mundial y ONU) Nicaragua ocupa el lugar 120.

Además, lo poco que gastamos lo distribuimos mal: priorizamos la educación universitaria y discriminamos la primaria. Nuestro presupuesto asigna un porcentaje mínimo, inusualmente elevado a la primera (6 por ciento), omitiendo a los demás subsistemas. Esto ha producido un desequilibrio único en la región: Costa Rica gasta tres veces más por estudiante universitario que por uno de primaria. El Salvador gasta lo mismo. Nosotros gastamos cinco veces más: 300 dólares al año por niño de primaria y 1,500 por uno universitario.

Es inequitativo: más del 90 por ciento del gasto en primaria va a los más pobres, mientras que el grueso del universitario, alrededor del 70 por ciento, va a los menos. La injusticia es más obvia si se considera que la mayoría de los universitarios no se gradúan, que un alto porcentaje de los que lo hacen no encuentran trabajo en su profesión y que con lo que se gasta anualmente en cada uno podrían abrirse cinco plazas de primaria.

Es contraproducente: calcular el seis por ciento sobre los ingresos ordinarios (impuestos) y extraordinarios (préstamos y donaciones) del Estado presiona las finanzas públicas, dificultando el financiamiento de la primaria. Si, por ejemplo, algún país dona cien millones para hospitales, el Estado debe aportar seis millones más para las universidades, pero si los fondos son exclusivamente para los hospitales, esos millones tienen que sacarse del presupuesto interno de la República. Eso pone en desventaja a la primaria, pues el escaso pastel presupuestario debe aumentar la tajada de las universidades.

Haber arrinconado a la primaria, que es la base del edificio educativo, ha cuarteado los demás niveles. Sus egresados entran mal a secundaria y estos mal a las universidades. De allí el alto porcentaje de aplazados en las pruebas de admisión y la mediocridad de tantos universitarios.

Un primer paso para poder gastar más en primaria y sus maestros debería ser corregir el desbalance causado por el seis por ciento. El problema es que es constitucional y ningún político se atreve a tocarlo. La alternativa provisional, en espera de que haya más testosterona y sentido común en nuestros líderes, es que al menos las universidades asuman la capacitación de los maestros de primaria y secundaria.

Un segundo paso sería fraguar un consenso, entre Gobierno y clase política, para duplicar en los próximos cinco años el porcentaje del PIB destinado a educación. Es difícil, pero con voluntad política es posible. Implicaría, entre otras cosas, evitar gastos superfluos del Estado, como los arbolatas y exoneraciones o tarifas que privilegian a ciertos grupos. También exigiría crecer más rápido. Será imposible conseguir los cuantiosos recursos que exige mejorar nuestra educación si el país no crece a un ritmo mayor del siete por ciento anual. Y esto implica reforzar la institucionalidad y aumentar la productividad. Se puede, pero con suficiente voluntad política, patriotismo y testosterona. Y esto es lo que aún no vemos.

El autor fue ministro de Educación en el gobierno de doña Violeta Barrios de Chamorro.
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