Uno mira entrenar a Román “Chocolatito” González y parece que lo hace muy suave. Cuando corre, pensás que en la otra cuadra se caerá. Y si la tarea es guantear, probablemente creerás que trata con mucho cariño el saco.
Pero no. Para alcanzar los niveles de Román hay que trabajar hasta el límite. Tener un entusiasmo y energía inagotables, pero sobre todo compromiso, cualidad del carácter que nos capacita para asumir los desafíos.
Solo así se explica tanta precisión sobre el ring, tanta ferocidad al castigar y tanta solvencia cuando de defenderse se trata. Román tiene un talento brutal, pero ha trabajado duro para pulirlo.
Y si hablás con él, quedarás con la impresión de que es incapaz de causarle daño a alguien, pero detrás de esa apariencia frágil y esos modos candorosos hay un competidor feroz, que ha salido con la diestra en alto 44 veces.
Hace las cosas con tanta fluidez y naturalidad, que pareciera que nació así. Sus golpes salen con ritmo, su cintura se contonea y sus pies se mueven con elegancia, lo que agrega una vistosidad especial a su boxeo.
Y si lo ves en los días próximos a dar el peso, probablemente sintás compasión por él. Su rostro se ha demacrado. La sonrisa se ha marchado y pareciera que hasta hablar le duele. A los ojos de alguien que no ha seguido sus huellas, es una imagen tétrica.
Sin embargo, una vez sobre el ring, es una fiera que ataca sin piedad y destroza como terremoto, mientras lleva el boxeo al universo de los sueños, hasta volverse una poesía en movimiento.
Al igual que Alexis, es un matador con clase, que despierta admiración a base de golpes y con una habilidad cultivada.