Los Beam viven en un paraíso de clase media texana: el padre, Kevin (Martin Henderson), es un veterinario que no puede dejar de adoptar perritos abandonados. La madre, Christy (Jennifer Garner), es una piadosa ama de casa, dedicada al cuido de sus tres hijas.
Cada una de ellas es caracterizada con brocha gorda y afiches en la pared del cuarto: la mayor, Abbie (Brighton Sharbino) es la deportista; la menor, Adelynn (Courtney Fansier) está obsesionada con Taylor Swift; la de en medio, Anna (Kyley Rodger) es la intelectual, amante de los libros y la cultura francesa.
La familia está en el centro de Milagros del Cielo, una película que no quiere simplemente reafirmar la fe. Con cierto aire defensivo aboga por hacer la devoción “cool”. La directora Patricia Riggen (Los 33, la Misma Luna) introduce a sus personajes en escenas que tienen el acabado brillante de un comercial de alto presupuesto. Los Beam son imposiblemente atractivos.
La parroquia a la que asisten es comandada por el carismático pastor Scott (John Carroll Lynch) y animada por un grupo de rock cristiano. Todo es perfecto. Al menos, hasta que una prueba se presenta: Anna sufre los embates de una misteriosa condición estomacal que nadie puede curar. Las cuentas empiezan a acumularse. La niña sufre cada vez más. El estrés afecta a toda la familia. La desesperación lleva a Christy a renegar de la presencia de Dios en sus vidas. Impulsivamente decide viajar a Boston para pasar consulta con el Dr. Nurko (Eugenio Derbez), gastroenterólogo pediátrico de las estrellas. Ahí, entabla amistad con Angela (Queen Latifah), una simpática mesera. Anna conoce a Haley (Hanna Alligood), una niña en tratamiento por cáncer con un padre agnóstico y periodista (Wayne Pérez). Es cuestión de tiempo para que la bondad divina se manifieste en sus vidas. Digamos que el título es un “spoiler” de escala bíblica.
La película está diseñada para el público más amplio posible. Por eso tiene el espíritu de uno de esos filmes producidos para televisión en la década de los ochenta. Los personajes son unidimensionales y sin complicaciones. Ninguna sutileza puede nublar la claridad del mensaje piadoso. Su única agenda es reafirmar la fe del espectador, que igual ya llega convertido a la proyección. El problema de ese tratamiento es que anula las posibilidades de explorar con profundidad el lugar de la fe en la vida moderna. En ese sentido, Milagros en el Cielo es una pieza de propaganda que realmente solo está preocupada con predicar a los convertidos. La sutileza y la profundidad no florece cuando se quiere que el mensaje suene alto, claro y sin complicaciones.
La calidad de la actuación diferencia a Milagros del Cielo de la nueva ola de filmes fundamentalistas. Jennifer Garner sufre como una campeona. Aun cuando las cosas se ponen cursis, ella vibra con autenticidad. Ojalá después de esto alguien le ofrezca una buena pieza dramática. El resto de los actores sucumbe ante la falta de dimensiones en sus personajes.
Latifah y Derbez rondan peligrosamente el límite que bordea el estereotipo del representante “mágico” de una minoría, a la mano para asistir al héroe blanco en su aprendizaje. John Carroll Lynch es una franca distracción como el pastor bonachón. No es su culpa. Así de poderoso fue su papel como el principal sospechoso de ser el asesino en serie de Zodíaco (David Fincher, 2007). Cuando aparece por primera vez, dando un sermón con chistes malos, uno quiere prevenir a la feligresía. No pude hacer más que imaginarme una película muy diferente a la que terminé viendo.