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Sacrificios humanos

Un periódico español publicó hace poco la información de que un estudio científico realizado por la Universidad de Auckland, Nueva Zelanda, comprueba que los sacrificios humanos para apaciguar la furia de los dioses u obtener sus favores fueron comunes en múltiples culturas de la antigüedad.

Un periódico español publicó hace poco la información de que un estudio científico realizado por la Universidad de Auckland, Nueva Zelanda, comprueba que los sacrificios humanos para apaciguar la furia de los dioses u obtener sus favores fueron comunes en múltiples culturas de la antigüedad. Sin embargo, el principal fin de esos sacrificios, según los investigadores, era preservar el control del poder.

“Con estos sacrificios humanos para castigar violaciones de los tabúes, desmoralizar a la clase baja e infundir miedo, las élites del poder fueron capaces de mantener y construir control social”, asegura el científico Joseph Watts, uno de los coautores de la investigación.

Russell Gray, el otro autor del estudio, señala que “los sacrificios humanos proporcionan un medio particularmente eficaz de control social. Debido a una justificación sobrenatural para el castigo, los gobernantes —como sacerdotes y jefes—, se creían a menudo descendientes de los dioses y el sacrificio humano ritual era la demostración definitiva de su poder”.

Sin embargo, por lo que he podido saber, los antiguos griegos no estaban entre los pueblos que hacían sacrificios humanos a sus dioses. Ellos por lo general solo sacrificaban animales. Y entre los raros casos de sacrificios humanos que se encuentran en la literatura sobre la mitología griega, los principales son los de Andrómeda e Ifigenia.

Andrómeda era una princesa de Etiopía, cuya madre, la reina Casiopea, se jactaba de ser más hermosa que las ninfas del mar. Enojado Poseidón por semejante atrevimiento, envía un gigantesco monstruo marino para castigar a los etíopes.

Los sacerdotes adivinos dijeron a Cefeo, el rey y esposo de Casiopea, que para aplacar a Poseidón y librarse del monstruo se debía sacrificar a Andrómeda, entregándola al monstruo marino. El rey se resistía a sacrificar a su hija, pero la población alborotada lo obligó a entregarla. De manera que la bella princesa fue atada a una roca, a la orilla del mar, donde quedó a disposición de la terrible bestia.

Estando en esas apareció Perseo, quien después de matar a la Gorgona llevaba consigo la cabeza de aquella terrible criatura que convertía en piedra todo lo que miraba. Perseo vio a Andrómeda encadenada a la roca y ofreció liberarla a cambio de que se la dieran como esposa. La propuesta fue aceptada por los padres de Andrómeda y cuando el monstruo salió del mar, Perseo le puso enfrente la cabeza de la Gorgona, que lo convirtió en piedra. El sacrificio humano no se consumó.

En cuanto a Ifigenia, ella era la hija menor de Agamenón, rey de Argos y Micenas. Antes de que naciera Ifigenia, Agamenón, en sus promesas de comienzo de año ofreció a Artemisa que sacrificaría en su honor lo más hermoso que le naciera en ese período. El rey pensaba en el nacimiento de una oveja, no sabía que Clitemnestra, su mujer, estaba embarazada y resultó que lo más hermoso que nació en ese año fue su hija Ifigenia.

Agamenón no cumplió su promesa y no pasó nada, solo el tiempo que es inexorable. Ifigenia ya estaba en la pubertad cuando Helena, su hermosa tía que era reina de Esparta por ser esposa de Menelao, hermano de Agamenón, huyó con el príncipe troyano Paris.

Agamenón reunió a los ejércitos de toda Grecia para ir a Troya a rescatar a Helena. La flota griega se concentró en el puerto de Áulide para salir de allí hacia Troya pero no podía zarpar porque súbitamente el viento dejó de soplar. Después de varias semanas, el adivino Calcantes dijo a Agamenón que la falta de vientos se debía a que Artemisa estaba enojada con él por el incumplimiento de su promesa y que solo el sacrificio de Ifigenia la podría calmar.

Agamenón no aceptaba sacrificar a su preciosa hija pequeña pero finalmente tuvo que ceder. Llevan a Ifigenia a Áulide, el sacerdote la acuesta sobre el altar del sacrificio y, cuando va a degollarla, mira hacia otro lado, igual que todos los presentes, para no ver el horroroso sacrificio. Pero lo que no vieron fue que una nube envolvió a Ifigenia y la transportó en el aire. Cuando los asistentes al sacrificio volvieron a mirar al altar, sobre este había una cervatilla. Artemisa había salvado a Ifigenia y la llevó a Táuride donde la consagró a su servicio religioso.

En ambos casos el sacrificio humano no se consuma, quizás porque los antiguos griegos nunca lo practicaron o en algún momento renunciaron a seguir practicándolo. Y si así fue, el mito de Ifigenia podría significar el tránsito del sacrificio humano al sacrificio de animales.

Columna del día mitología griega sacrificios humanos archivo

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