Costa Rica lo hizo en 1948 y Panamá en 1990 y les ha ido muy bien. Anularon sus ejércitos y en lugar de gastar en cañones, tanques y militares innecesarios redirigieron dichos dineros a escuelas y servicios sociales. Buena parte del civilismo, paz y progreso que exhibe nuestra vecina del sur se debe a esta sabia decisión.
Para nuestros países latinoamericanos los ejércitos son aparatos costosos y absurdos. Son pretexto de resguardar la soberanía dilapidan millonadas en armamentos que permanecen embodegados y en privilegiadas castas de oficiales, listos para guerras imaginarias. Suelen, además, fomentar la corrupción y alentar las ambiciones de caudillos inescrupulosos.
Sin estar en peligro de guerra con ningún vecino (Costa Rica y Honduras), porque los diferendos limítrofes hoy se resuelven en cortes internacionales, y teniendo actualmente el armamento más grande y pesado de Centroamérica —156 tanques de guerra contra 12 de Honduras y cero de Costa Rica— el Ejército quiere más.
La desproporción se percibe aún más si nos remontamos a Somoza. ¿Sabe usted, lector, cuántos tanques de guerra tenía el “tirano opresor que sojuzgó al pueblo de Nicaragua”?: cuatro tanques Sherman, de la Segunda Guerra Mundial, regalados por Israel antes de 1950. Y eso que él enfrentaba guerrillas y una caliente guerra civil.
Pero ahora, sin guerra ni amenazas, el Ejército quiere sobrepasar los 200 tanques y seguirse apertrechando de armamento moderno, felizmente suministrado por las mafias rusas. Esta pretensión, carente de lógica y odiosamente antisocial —cuando el 60 por ciento de las escuelas carecen de agua potable y hay tanto niño desnutrido— hace que algunos sospechen en comisiones jugosas para los protagonistas de estas negociaciones. Perjudicará también la ayuda externa a Nicaragua, pues estaremos demostrando que podemos derrochar.
La verdad es que no necesitamos ni un tanque más ni artillería ni toda la parafernalia de juguetes para matar que se exhiben en los desfiles. En su lugar podríamos tener una efectiva Policía rural y un buen sistema de guardacostas para combatir el narcotráfico. Esto sería mucho más barato y efectivo que un Ejército, con un presupuesto actual de 71.6 millones de dólares en gastos corrientes y de dudosa eficacia; porque en cuatro, de sus principales tareas —guardar los bosques, impedir el contrabando de ganado y combatir el abigeato y el narcotráfico— ha fallado rotundamente: nunca ha sido peor la depredación de nuestros bosques y la fuga de ganado que en los últimos años. Otras labores de los militares, como vacunación y apertura de trochas, podrían y deberían ser asumidas por los ministerios correspondientes: Minsa y MTI.
Ya venía deteriorándose la otrora brillante imagen del Ejército de Nicaragua; el uso de la bandera del partido FSLN en sus actos públicos, los sospechosos asesinatos de opositores en las montañas —la mochila bomba y el caso de Cerrato— la expulsión de prestigiosos catedráticos opositores de la UAM, universidad bajo control militar, la escasa rendición de cuentas de su ejecución presupuestaria, su ineficacia para detener el despale. Ahora se añade el escándalo de la compra de los tanques.
No debemos seguir alimentando lo que puede convertirse en un monstruo. Nosotros, los de la llanura, los que pagamos impuestos, debemos pronunciarnos sobre lo que queremos que se haga con nuestros dineros. Los partidos políticos y la sociedad civil deberían incorporar en sus plataformas propuestas civilistas y exhortar a la población a que se pronuncie al respecto: tanques o escuelas; medicinas o cañones.
El autor fue ministro de Educación en el gobierno de doña Violeta Barrios de Chamorro.
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