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Alejandro A. Tagliavini

Verdes y sin hambre

Hay versiones para todos los gustos. Los hay incluso —científicos serios, por cierto— que niegan el calentamiento y muestran, entre otras pruebas, que el hielo del Ãrtico, observable en fotos de la NASA, no ha variado en promedio desde 2002 hasta 2014. Están también los que dicen que sí hay un cambio climático, pero que se debe a causas naturales y no a la mano del hombre ni al efecto invernadero producido por el CO2.

Y ahora tenemos un nuevo estudio que asegura que, más allá de que existe el calentamiento global provocado por el hombre, la cantidad de gases de efecto invernadero acumulados en la atmósfera llegan casi al 0.04 por ciento del aire que respiramos, pero insólitamente el mundo es más verde. Es que los vegetales se ven beneficiados por estos gases, según un estudio publicado en Nature Climate Change, y entonces la Tierra ha ganado 36 millones de kilómetros cuadrados de superficie verde, unas tres veces el tamaño de Europa.

Desde 1983 la biomasa terrestre ha aumentado en el 40 por ciento de la superficie de la Tierra, mientras que se ha reducido en solo el 4 por ciento debido al CO2, un potente fertilizante. Aumento verde que, en un círculo virtuoso, habría contribuido a frenar el efecto invernadero al absorber los gases tóxicos causantes.

Ahora, el pasado 22 de abril —el “día de la Tierraâ€â€” se realizó una Cumbre en la ONU y casi 200 países aprobaron un texto que supone la primera acción universal que busca reducir el impacto del cambio climático. El problema es que, suponiendo que los gobiernos efectivamente tengan la voluntad de cumplir y que no sea solo una declaración demagógica, sus postulados serán coactivamente impuestos sobre la sociedad utilizando el monopolio de la violencia, el poder de policía y la violencia solo sirve para destruir.

Y esto suponiendo que, entre todas las teorías, la oficial sea la verdadera. ¿Qué si no lo es, si el calentamiento global no existe? Después de todo nadie tiene la verdad absoluta. En cualquier caso, “está claro que los peores ofensores en el proceso de degradación ambiental… son las de orientación mesiánica agencias de ‘interés público’. Existen alrededor de 22,000 lugares conteniendo residuos peligrosos en EE. UU. Muchos son depósitos municipales. Solamente las bases militares tienen más de 4,000 basureros químicosâ€, aseguraba Jorge E. Amador veinte años atrás.

Y el “premio Nobel de la Pazâ€, Obama, días después, el 25 de abril en Hannover, Alemania, pidió a la Unión Europea que aumente su gasto militar: “Cada miembro de la OTAN debe contribuir con… un 2 por ciento (unos US$ 250,000 millones) del PIBâ€, el doble de lo que hoy gasta el gobierno alemán. Mucho dinero, como para darle de comer a cien millones de personas al año con lo que podrían erradicarse las muertes por inanición que llegan a casi 10 millones al año en el mundo.

Por el contrario, el verdadero defensor de la naturaleza siempre fue el público, las personas, la actividad privada. Porque son parte de ella. Quién no quiere verde, aire fresco y bajos ruidos en su casa u oficina. Cuánto más cuesta un terreno en tanto tenga árboles, agua natural limpia, aire puro y no tenga ruidos molestos, en fin, cuanto más respetada sea la naturaleza. El mercado incentiva con fuerza y lo premia con un aumento en el precio, el respeto al medioambiente. Está claro, pues, que el mercado natural cuidará a la naturaleza del mercado. Y en paz.

El autor es miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California.

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