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Gina Montaner

En el faro del fin del mundo

Los faros, erigidos en islas de soledad, han estado presentes en la literatura. Por ejemplo, en la célebre novela de Virginia Woolf, Al faro, la familia Ramsays pasa sus vacaciones en la isla de Skyes y la trama se centra en el deseo de visitar el faro.

Julio Verne escribió una novela de aventuras, El faro del fin del mundo, en la que los piratas atacan a unos valerosos fareros en aguas australes.

¿Cuál es la definición de un faro? Una torre de señalización luminosa enclavada en el litoral marítimo que sirve de aviso y referencia a navegantes. Cuando hace una semana un grupo de balseros cubanos divisó el faro American Shoal, enclavado a siete millas de la costa de los cayos de la Florida, no dudaron en refugiarse en esa firme estructura de hierro que se asoma en el paisaje azul como una socorrida escultura de Calder.

Allí, sobre la plataforma y en el torreón donde de noche emana la luz que guía a los viajeros extraviados, durante horas los hombres hicieron del faro su república independiente, recién huidos de otra isla, Cuba, que a pesar de ser mucho más grande, resulta más asfixiante que este faro construido por Estados Unidos en 1860.

En aquella soleada mañana que se licuó en la rendición final de unos náufrago, rodeados por guardacostas que los condujeron hasta un escampavías donde hoy se encuentran, los balseros se sintieron libres en aquel espacio firme y anclado al fondo del mar con pilares para que no se lo lleven los huracanes.

Los cubanos resistieron y en las horas que transcurrieron bajo el sol y cansados por la travesía, se movían como leones enjaulados, sabedores de que todo su esfuerzo para escapar pendía de aquel lugar salvador. Un oasis de hierro en medio de la inclemencia del mar. El espejismo, tal vez, de una ansiada mejor vida, con los pies firmes sobre un faro cuyo nombre no es otro que American Shoal.

Ahora el debate leguleyo y laberíntico que ha arrancado en una corte federal de la Florida gira en torno a si el faro es o no territorio estadounidense para decidir la suerte de los balseros que se echaron a la mar. Hay el precedente de quienes en 2006 llegaron al puente de las siete millas, también en los Cayos. Entonces un juez determinó que, en efecto, sus pies habían tocado una esquina del vasto territorio de Estados Unidos y que podían acogerse a la ley de pies secos pies mojados.

Hoy resucita la disquisición y hay bandos divididos: el faro sí es territorio de Estados Unidos. El faro no es territorio estadounidense porque está en el agua. Y entonces, mientras la suerte de los cubanos se dirime como un juego de charadas, la propia identidad del American Shoal está en entredicho.

El faro que sirvió de morada y refugio temporal para los balseros podría haberse llamado El faro de nadie, pero a la hora de bautizarlo, a finales del siglo XIX, quisieron reforzar su procedencia: “American”, para que no hubiera equívocos. Es un faro americano de pura cepa. Si un corsario (emulando a los malhechores que pretendían conquistar el faro del fin del mundo de Verne) intentara hoy poner su blasón de calaveras en el American Shoal, los guardacostas lo rodearían y la marina intervendría para recuperarlo.

¿O acaso el American Shoal es un faro huérfano, sin padre ni madre que lo construyeron y nadie en este mundo es responsable de su administración y mantenimiento? Indagando en Google, me topé con un tratado, The International legal regime of artificial islands, en el que su autor, Nikos Papadakis, experto en leyes marítimas, asevera: “…Si un faro se construye en una roca o sobre pilares sujetos al fondo del mar, se convierte, en lo que concierne al faro, en parte del territorio de la nación que lo creó…”

Está por ver la última palabra sobre la soberanía de esta edificación que es descendiente de faros míticos como el de Alejandría, construido por los griegos; o el Coloso de Rodas, ensalzado en textos de la antigüedad; o la Torre de Hércules, erigida por los romanos en la costa gallega y que todavía hoy es habitable. Puntos de luz en la noche. Refugios para desnortados. Hogares para fareros con vocación de marineros en tierra.

Si el American Shoal resultara ser una entelequia que ninguna nación revindica, entonces los balseros podrían haberlo reclamado como su república particular, donde ejercer la soberanía individual que se les niega en Cuba. En un país donde sus habitantes están en fuga constante, los faros (que según algunos no son territorios dependientes de un Estado en particular) podrían convertirse en las nuevas patrias de los apátridas. A este faro le sobraría, pues, su primer nombre. ¿Sería más adecuado llamarlo Migrants Shoal?

Aviso a navegantes: poner bandera cuando lleguen al faro del fin del mundo. ©FIRMAS PRESS

La autora es periodista.
Twitter: @ginamontaner

Opinión El faro Virginia Woolf archivo
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