A veces admiramos a las personas hasta que las llegamos a conocer. Con Noel Areas era al revés. Una vez que se le conocía, se le admiraba.
Y luego resultaba imposible no sentir afecto por él. Entre otras cosas, porque alcanzó la cima sin pisotear la dignidad de los demás y porque siempre basó sus relaciones en el respeto.
Mientras hay mánagers que hacen ruido, Noel hizo historia. Se dedicó a triunfar en el beisbol, sin tener que recurrir a alardes napoleónicos para imponer su autoridad porque era un líder.
Revolucionó el estilo de dirección en el beisbol nacional, al poner mayor énfasis en el buen trato al jugador y en aprovechar lo mejor de cada uno, en lugar de someterlo a presión.
Así llegó a ganar once títulos nacionales de Primera División y tres de la Liga Profesional, lo mismo que ocho medallas en torneos internacionales con la Selección Nacional.
Y sin embargo, Noel era una persona sencilla, accesible y solidaria. Siempre tenía una palabra para animar a sus jugadores cuando estaban en un mal momento y logró enderezar a muchos.
Capturó triunfos ante Cuba, Estados Unidos y Japón en torneos mundiales. Atrapó la medalla de mayor impacto en la historia del beisbol pinolero (plata en 1983) y otras tantas de mayúscula repercusión.
Pero sobre todo, Areas te ofrecía su amistad. Podías sentir su emoción sincera al verte o escucharte y jamás se dejó distraer por la vanidad a pesar de su éxito frecuente.
Por eso, como ayer se dijo insistentemente en sus homenajes en Managua, Noel era un gran mánager, pero una mejor persona. Por eso lo vamos a extrañar.