Días después de la abrumadora ceguera
que ofuscaba a Marina,
encontró el interruptor en su cuarto
y vio que estaba desnuda;
palpó sus senos, su panza, haló un pezón,
enredó un dedo en el vello de su sexo
y tocó la punta de sus pies.
Posó frente al espejo quebrado,
aún con sangre de su sien y corrió hacia
la primera puerta que encontró
para salir y envolverse en el zacate verde tierno
y ser nuevamente ella para ella.