El desarrollo depende en gran parte de la educación, una excelente formación básica y una formación universitaria de cara a la problemática del país, con énfasis en la investigación, innovación, proyectos, emprendimientos. No basta repetir planes de estudio para las mismas carreras en los diferentes centros de estudio.
En las universidades existe capital humano que a veces se ignora; y en otras, se automargina. Quizás, por darle más valor al capital financiero, porque el proyecto no es rentable o no lo cubre el presupuesto. Cierto, el dinero es necesario, pero un gran sueño puede hacerse realidad persiguiendo el objetivo junto con los medios. Sobre todo cuando se cuenta con la sinergia de un grupo que sabe lo que quiere, y piensa en la rentabilidad social.
Un ejemplo está en la información que recibimos hace unos días: un grupo de profesores y estudiantes hicieron realidad su sueño: instalar en un espacio público en Rosario (Argentina), un sonómetro (instrumento para medir el nivel de presión sonora) digital gigante, “de manera que los rosarinos podrán pasar de la teoría a la práctica” y relacionar esa palabrita tan vapuleada como mal entendida: “decibel”, con lo que se percibe auditivamente, nos cuenta, el ingeniero Federico Miyara, director del Laboratorio de Acústica de la Universidad Nacional de Rosario.
El sonómetro, primero de este tipo en Argentina, está instalado en la fachada del Centro Cultural Roberto Fontanarrosa, mide un metro por cuarenta y cinco centímetros, con pantalla legible desde los ochenta metros, “sus dígitos cambian de color según el grado de riesgo que implica cada nivel. Los niveles inocuos se muestran en verde, los de precaución en amarillo y los que a largo plazo provocan daño auditivo, en rojo”.
El propósito es que la gente pueda tomar conciencia de qué significan los decibeles, así como sabe de termómetros y relojes en espacios públicos; y balanzas en almacenes y supermercados. Familiarizarse con las medidas, hace más fácil entenderlas.
En otros países también existen sonómetros en sitios públicos. Lo interesante aquí es que lo diseñaron, armaron e instalaron, profesores y estudiantes de Ingeniería Electrónica, adscritos al Grupo de Experimentación Innovativa e Instrumental de la Facultad de Ciencias Exactas, Ingeniería y Agrimensura, dirigidos por el profesor Cristián Antiba, director del Grupo.
Además, llama la atención que, junto a algún apoyo económico recibido, los innovadores aportaron dinero, y utilizaron ahorros, producto de viáticos para investigaciones de campo, donados por los investigadores a un fondo común, para afrontar situaciones como esta. Parte del financiamiento es también el trabajo ad honorem de los estudiantes, que si bien es el subproducto de una actividad extracurricular de aprendizaje, no deja de ser un aporte en fuerza laboral, comenta el ingeniero Miyara, miembro del Consejo Asesor del Grupo.
Todo esto nos da la medida de cómo andamos. Un ejemplo para nuestras universidades. Con la salvedad de que allá tienen décadas de trabajo científico, académico y jurídico. Y no es que docentes y estudiantes asuman todo, sino que con tenacidad, decisión, dedicación, pueden incidir y ayudar a agilizar el paso a su Alma Máter. Son varias las carreras y asignaturas que podrían integrar el tema del ruido. Conozco un poco de un grupo en la UNAN-Managua, en la carrera de Física, con el profesor Byron González; y el caso de la UNAN León, en la asignatura de Salud Laboral, con el doctor Juan Centeno. Además de algunas investigaciones de estudiantes. Ojalá reciban todo el apoyo necesario.
La autora es profesora y comunicadora.