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Ante la crisis del humanismo

La crisis del humanismo proviene de la devaluación de la persona en la valoración global de la actividad humana. Cuando se habla de la crisis contemporánea,

La crisis del humanismo proviene de la devaluación de la persona en la valoración global de la actividad humana. Cuando se habla de la crisis contemporánea, surge sin embargo la idea que niega que se trate de un fenómeno particular y de una circunstancia exclusiva de la realidad presente, pues las crisis, conflictos y procesos destructivos de la condición humana, han existido siempre como una característica negativa del proceso histórico.

Si los enfrentamientos movidos por la ambición irrefrenable de poder político, económico o ideológico han estado siempre presentes, convendría preguntarse: ¿En qué consiste entonces la característica de la crisis en este momento? ¿Cuáles son los elementos que le confieren identidad particular en la situación presente?

Quizás sea posible identificar algunos elementos que permitan precisar la naturaleza particular de la situación actual. Pienso que por lo menos hay tres hechos que nos permiten establecer esa identidad particular: la más profunda transformación cualitativa de los medios en fines y de los fines en medios; la mayor devaluación del sujeto frente a los objetos; y la idea de justificar desde el plano de la filosofía y de la ética, la acción del mercado absoluto transformado en derecho natural y paradigma moral de todo comportamiento individual o social.

Estos elementos concurren a la devaluación del sujeto y a la sobrevaloración de los objetos, de las finalidades económicas y financieras y de la estructura del sistema, sin precedentes en el acontecer histórico, no solo por las consecuencias concretas a las que conducen, sino sobre todo por la pretendida fundamentación racional y moral en la que esperan encontrar sustento y justificación.

Además de hechos brutales como el terrorismo que agrede de forma espantosa la vida cotidiana, hay también situaciones de otra naturaleza las que bajo una apariencia de normalidad, deshumanizan la vida individual y colectiva y producen, como factor fundamental, el menosprecio a la integridad y dignidad de la persona. Estas situaciones se derivan de la fuerza y preponderancia de los intereses, estructuras y sistemas, que pretenden imponerse en forma absoluta, las que, por el contrario  deberían estar al servicio de la persona y de la comunidad, como garantía de los derechos individuales y de la coexistencia social.
Esa deformación de la relación entre medios y fines y de la propia naturaleza de cada uno de ellos, caracteriza la situación que se vive y padece en la actualidad y adultera la identidad que les corresponde respectivamente.

La persona, que debería ser el centro al que se dirigen las diferentes formas de organización y acción histórica, política, económica y social, deviene un instrumento al servicio de intereses utilitarios y de enriquecimiento, que distorsionan el sentido mismo de la existencia individual y colectiva.

Esta deformación que domina el tiempo presente se produce desde diferentes ángulos y ejes temáticos como son, entre otros: el sistema tecnológico y cibernético, que transforma los instrumentos de la tecnología de medios en fines y a los sujetos individuales de fines en medios. La sustitución de la persona por los instrumentos técnicos y la proyección universal sin precedentes que la tecnología produce sobre todos los acontecimientos, constituyen elementos que contribuyen a caracterizar la situación actual.

El poder económico y financiero, por su parte, ha establecido el monoteísmo de mercado, como lo denomina Roger Garaudy, o la idolatría del mercado, como la llama Franz Hinkelammert.

El poder político, a su vez, ha hecho de las instituciones que son el cauce a través del cual debe ejercerse, y de la ley, que es la causa y origen del mismo, instrumentos a su servicio para justificar su utilización y abuso.

Para superar la crisis que hoy padece la humanidad y participar sin degradarnos en los maravillosos avances de la ciencia y la tecnología, es necesaria la recuperación de la ética y del humanismo. La ciencia y la técnica no son un fin en sí mismas, sino un medio y una magnífica opción cuando están al servicio de los más altos valores del ser humano y de la sociedad. Cierto que la técnica ha perfeccionado los objetos materiales, pero también por sí sola no puede hacer más humana a la persona ni elevar su categoría moral.

El mal entonces no es la utopía que busca la sociedad ideal, sino los abusos que se cometen en su nombre; no es por tanto el deseo de una comunidad cada vez mejor, el paraíso recobrado, porque ¿qué otra cosa sino una esperanza infinita son el ser humano, la vida y la historia? El mal radica en la violencia sobre el hombre concreto de hoy en nombre de la felicidad y la justicia de mañana y en el sacrificio de la persona bajo el pretexto de un futuro mejor, como si fuera posible realizar un proyecto de humanidad sobre los despojos de los seres individuales.

El humanismo esperanzado exige recobrar la unidad fracturada entre vida y razón, y colocar por encima de la utilidad, la eficacia y el beneficio, y sobre  cualquier tipo de fanatismo, los valores de solidaridad y fraternidad y la preocupación por la responsabilidad ética. Debe buscarse la síntesis entre la razón y la vida, pues como dijo Ortega y Gasset, “la vida sin razón es barbarie y la razón sin vida es bizantinismo”.

Esto nos lleva a revisar el concepto mismo de desarrollo que trasciende un contenido estrictamente económico, a una dimensión ética y social que incluye, además, la participación de todos los sectores, sobre todo de los menos favorecidos, en los beneficios espirituales, culturales y materiales de la sociedad.

Es este un momento oportuno para proponer la necesaria síntesis entre razón y ética, para restaurar la unidad fracturada y devolver al hombre y a la mujer su plenitud como seres integrales, y por lo mismo, a la vez racionales e intuitivos.

La agresión a la naturaleza por el afán de explotación, lucro y dominio, es otra de las formas de deshumanización y coloca a todos, al mundo y a sus habitantes, en el papel de futuras e irremediables víctimas. “Victoriosa antaño, ahora la tierra es víctima”, dice Michel Serres en su libro El Contrato Natural. “¿Qué pintor representará los desiertos vitrificados por nuestros juegos de estrategia? ¿Qué lúcido poeta se lamentará de la innoble aurora de ensangrentados dedos?”

Es necesaria y urgente la recuperación plena de los Derechos Humanos. El desarrollo de un concepto más integral de la calidad de la vida, ha reconocido y normado la relación del ser humano con la naturaleza y el medioambiente en general, y sobre todo entre las mismas personas. Igualmente, el derecho a la democracia, a  la paz, a la justicia social y al desarrollo, han hecho de los Derechos Humanos la dimensión espiritual de nuestro tiempo y la plataforma sobre la que se sustentan los fines y objetivos más preciados del ser humano y la sociedad contemporánea.
El autor es jurista y filósofo nicaragüense.

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