Las expectativas estuvieron acorde con el resultado. Julio “El Gigante” Mendoza fue derrotado en México, víctima de un campeón que era superior en todo: pegada, velocidad, aguante y técnica. José Argumedo en su tierra, Tepic, Nayarit, defendió exitosamente su corona, mientras “El Gigante” había lucido del tamaño de una hormiga, y así lo vieron los jueces: 118-110, 118-110 y 119-109.
Mucho aire y poco boxeo del nicaragüense. Desde que subió al cuadrilátero trató de buscar una sorpresa, soportando castigo, llevando la iniciativa aunque fuera inútil, y si de algo puede estar contento es que evitó que el campeón noqueara en su tierra, frente a su público que coreaba por la derrota antes del límite.
Cuando fue contratado el nicaragüense de 11 victorias y 5 derrotas, se sabía que la firma evocaba un sacrificio, pero Mendoza se había creado la ilusión de entrar a la boca del lobo y sacar el triunfo, con las manos atadas y los ojos vendados, además sin potencia en las manos.
El patrón del combate fue siempre el mismo, Mendoza acariciando la cara del campeón, fallando constantemente, peleando en el cuerpo a cuerpo y valientemente mostrando su condición física, la cual se reflejaba cuando salía de las cuerdas abollado y regresaba a tirar aunque sus golpes fueran con algodón en las puntas.
No hay nada que reprocharle a Mendoza, hizo la mejor pelea de toda su carrera, lo único que se dedicó a inflar sus pulmones en el entrenamiento y no mejoró ni un centímetro de su boxeo. Los milagros existen, pero Mendoza no era el huésped para merecerlo.