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Peligros de volverse alcohólico

Don Rodolfo tendría como setenta y cinco años de edad y más de cincuenta de casado, con su esposa de entonces y de siempre, doña Esmeralda.

Don Rodolfo tendría como setenta y cinco años de edad y más de cincuenta de casado, con su esposa de entonces y de siempre, doña Esmeralda, dama de arraigadas costumbres conservadoras y muy religiosa. Don Rodolfo, hombre excesivamente callado, como única mala costumbre tenía la afición, o manía, de echarse sus cuatro tragos todos los días, habitualmente a partir de la puesta del sol.

Tenía un ayudante que trataba de adivinar sus deseos, dada la economía de palabras que acostumbraba don Rodolfo. Al cabo de algunos años a su servicio, Romualdo, que así se llamaba el servidor terminó por entenderse por señas con don Rodolfo, en especial para servirle los infaltables tragos de la tarde sin que se diera cuenta doña Esmeralda.

A las cinco en punto empezaba el show cuyos participantes eran los tres mencionados. Con su mano levantada a la altura de su oreja derecha, don Rodolfo alzaba el índice y Romualdo presto y puntual le servía onza y media de escocés sobre hielo que había preparado de antemano. Le agregaba un chorrito de soda para hacer más duradero el placer y se lo llevaba con discreción, a reservas de doña Esmeralda.

Ésta, que no tenía nada de tonta, por supuesto que estaba clara de la pantomima diaria de su marido y el sirviente y dibujaba una rayita en un cuaderno de notas que llevaba con método, cada vez que don Rodolfo levantaba el dedo derecho con disimulo. Otro trago, cavilaba ella para sus adentros mientras reflexionaba acerca de los peligros del alcoholismo y sus espantosos efectos sobre la familia. Hay matrimonios que llegan a divorciarse porque el esposo se vuelve alcohólico, decía y otros hasta desconocen a sus hijos, desgracias por beber guaro, agregaba.

Se imaginaba a su marido que había sido tan circunspecto, holgando en algún bar o cantina como Las Cinco Hermanas, que quedaba contiguo a la Luneta del Tropical, sentado en una mesa pidiendo un trago de whisky a alguna hermosa mesera nalgona. No lo podía creer y el hombre, ajeno a toda reserva, seguía levantando su brazo con mal disimulada discreción para que el servicial Romualdo le llevara otro trago. Ya van tres, musitaba doña Esmeralda, va a caer doblado sobre la mesa y se va a quedar dormido. Qué vergüenza, cómo les explico a sus hijos esta desgracia que nos está pasando.

Sólo se levantaba para prevenirlo una vez más, te vas a volver alcohólico Rodolfo. Y aquel, con sus setenta y cinco abriles a cuestas, la quedaba viendo previo a pedir a Romualdo su cuarto y último placer antes de la cena.

Te vas a volver alcohólico!

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